Columnistas
“Dejen la bulla carajo”
De qué sirve la ley, sino se puede hacer cumplir a cabalidad.

Pepe fue siempre mi loro preferido, lo cual no destronó a mis guacamayos Lorenzo l ni a Lorenzo ll, pero es que Pepe hablaba mucho y, claro, se robaba la admiración de quienes le conocieron merced a su simpatía y sus ocurrencias.
Pepe no aprendió nunca a decir groserías, que es lo que destaca a esos plumíferos. En cambio, y además de sus sonidos onomatopéyicos, hablaba solo con un lenguaje inteligible que adornaba con unas estentóreas y contagiosas carcajadas.
Sus expresiones más recordadas eran el cálido saludo cuando uno llegaba a la mediagua y decía “hola, mi amorrrrr” y le invadía una alegría tal que daba vueltas y revueltas en medio de piruetas y risotadas. Todas las personas que le conocieron terminaban enamoradas de semejante galán que una tarde levó anclas para nunca jamás volver.
Y otra expresión, cuando se iba a dormir y la gente hablaba mucho, era constante su “dejen la bulla, carajoooo”, en medio de gritos y berrinches que hacía que se bajara el volumen a las conversaciones porque Pepe tenía sueño y necesitaba descansar.
Pues esta evocación y está expresión se me vinieron a la mente hace poco cuando fui a visitar a un amigo que vive por los lados altos del barrio Granada, al noroeste de Cali y él debe soportar la bullaranga más espantosa, por cuenta de la guerra de los decibeles perpetrados en unas terrazas que se han puesto de moda y que no dejan dormir al vecindario.
“Dejen la bulla, carajo”, me provocó espetarle a los infractores de una prohibición que les importa un chorizo, hongo y culo, sí, culo, y que entre más se les reclama, más volumen le suben a los parlantes de estadio que ostentan como gran atractivo de sus negocios.
Entiendo que el control del ruido lo ejerce el Dagma, ahora al frente de una persona de los más altos kilates como es Mauricio Mira Pontón, quien además cuenta con una coequipera maravillosa -excolaboradora de Oye Cali, Sara Mercedes Rodas- y nuevos funcionarios de intachable reputación.
Entonces, ¿qué sucede? Pues que esta entidad no tiene la suficiente fuerza coercitiva y ni se da abasto para atender tantos desafueros y debe recurrir a la Policía para que actúe y que sí, que no, que fueque, que no fue que y eso es lo que está sucediendo.
De qué sirve la ley, sino se puede hacer cumplir a cabalidad. “Barájenme este trompo en la uña” como dicen por ahí.
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Posdata. Hablemos bien de Cali. ¡Hazlo tú también!, pero cuando haya algo qué señalar para que se corrija, digámoslo de manera constructiva.
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Posdata 2. ¡Dejen la bulla, carajoooooo!
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