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Dignidad

Se trata de gobernar con sensatez y no con arranques emocionales de un trasnochado incapaz de medir las consecuencias de un ‘twitazo’.

1 de febrero de 2025 Por: Alberto Castro Zawadsky
Alberto Castro Zawadsky
Alberto Castro Zawadsky | Foto: El País.

Es la palabra más socorrida por quienes se inflan llamándose progresistas, aunque sus ideas generen tan evidente regresión. Fue la favorita de Fidel para aislar a Cuba y condenarla a una pobreza irremediable, llevando a la mayoría de los cubanos a vidas miserables y forzándolos a huir en balsas, al realizar que perdían toda opción para una vida digna. Abandonar su país, su entorno y su familia es el mayor golpe a la dignidad de una persona. El destierro se consideró por siglos peor castigo que la cárcel o la muerte.

Es la palabra que brilló en una mente turbada en la mitad de la noche, desatando un absurdo duelo de narcisos. El loro tropical desafió al oso blanco y salió desplumado. Un arranque impulsivo que nada tiene de valentía, sino que está cargado de irracionalidad y desprecio por las consecuencias para su país.

Más allá de las fijaciones ideológicas, es fácil entender que es mucho más inteligente cooperar con los poderosos, esquivando abusos con astucia. Japón, Alemania e Italia lo hicieron tras humillantes derrotas, y muchas naciones pequeñas han prosperado priorizando la cooperación y el lenguaje respetuoso sobre el discurso hirsuto y agresivo. En cambio, quienes eligen la confrontación siguen el camino seguro de la pobreza.

Honradez, nobleza, integridad y coraje son valores admirables, pero cuando nacen de un ego desproporcionado, llevan a un país al desastre. Vociferar orgullo no otorga superioridad; basta con revisar los discursos guerreristas que han desatado las peores tragedias. Pueden tener siempre una amplia corte de áulicos que aplauden, pero termina sufriendo una gran masa empobrecida.

No podemos confundir el impasse con un asunto de principios. Condenamos con firmeza el trato de criminales a unos desvalidos migrantes. Se trata de gobernar con sensatez y no con arranques emocionales de un trasnochado incapaz de medir las consecuencias de un ‘twitazo’. De consultar opiniones y discutir opciones creativas y prudentes. Para no mencionar su carta de amor a Trump, una joya para una clase de psiquiatría, confirmatoria de la severidad de su trastorno, que merece toda una nota.

En medio de todo el barullo que se produjo, reconforta ver que el país, incluyendo a sus cercanos colaboradores, demostró la capacidad para negarse a seguir el camino de la indignidad de un trastocado aspirante a poeta.

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