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El sueño americano

En 2022 se estimó que 49 millones de norteamericanos, 15% de su población, padecían al menos de un trastorno por consumo de sustancias...

1 de febrero de 2025 Por: Óscar López Pulecio
Óscar López Pulecio
Óscar López Pulecio | Foto: El País

Jimmy Carter, quien acaba de morir de cien años, consideró durante su presidencia (1977-1981) que debería haber una aproximación de salud pública para manejar el creciente problema del uso de drogas ilícitas en Estados Unidos. Fue una especie de tregua a la Guerra Contra las Drogas, política pública represiva instaurada por Richard Nixon en 1971, cuando se creó la DEA, y vuelta a imponer por Ronald Reagan en 1986. Esa guerra, donde no hay vencedores ni vencidos, ha sido un completo fracaso porque la producción de drogas (cocaína, opio, fentanilo) sigue aumentando y los consumidores también.

Las víctimas han sido los países productores, Colombia entre ellos que produce el 80% de la cocaína mundial, por la violencia y la corrupción que genera, y los pequeños distribuidores y consumidores de crack, una cocaína de baja calidad y más barata que se consideró sin razón más adictiva que la cocaína pura, y llenó las cárceles norteamericanas de afros y latinos pobres. Ahora Donald Trump, siguiendo la tradición de presidentes republicanos, acaba de volver a declarar la guerra a las drogas en su discurso inaugural.

La declaratoria de guerra de Trump tiene un rasgo especial y es que, muy a su estilo, le atribuye toda la responsabilidad del comercio ilícito a los países productores y amenaza, al menos a México por ahora, de imponer altas tarifas arancelarias a sus productos si no se controla el problema. O sea, el tráfico de drogas convertido en una amenaza tercermundista a la salud y la prosperidad norteamericanas, en lo cual la gran nación que acaba de entrar a su Edad de Oro es otra víctima abusada e inocente.

A ese cuento la falta una pata. De una parte, saber qué va a pasar con las organizaciones criminales que distribuyen la droga dentro de los Estados Unidos y de otra, la más importante, entender y aceptar las razones por las cuales tantos ciudadanos norteamericanos se drogan. O sea, indagar por qué existe esa demanda insaciable, sin la cual el problema no existiría. En 2022 se estimó que 49 millones de norteamericanos, 15% de su población, padecían al menos de un trastorno por consumo de sustancias y para ese año se reportaron 108.000 muertes por sobredosis.

Pero no se escucha en las noticias que algún narcotraficante de importancia haya sido arrestado en Estados Unidos, ni que se haya desmantelado algún poderoso cartel, ahora considerados organizaciones terroristas, ni que se hayan embargados activos financieros de un negocio gigantesco cuyas principales utilidades se quedan en su distribución en Estados Unidos. Y se echa de menos una aproximación como la del presidente Carter de tratar el asunto como un grave problema de comportamiento social y de salud pública.

El tema sociológico es de la mayor importancia. Se podría proponer una tesis para la discusión: las exigencias de una sociedad de consumo implacable, que muele al individuo, que lo aísla, le exige resultados económicos, lo explota sin misericordia en todos los niveles laborales, llevan a buscar un mecanismo no tanto de escape, como era con la mariguana o el LSD que ahora ni siquiera se mencionan, sino de energía para seguir trabajando y de tranquilidad para seguir viviendo. Y algo que gravita en el ambiente que es la decadencia de una sociedad que se droga, otrora sobria y todopoderosa. Tantos inmigrantes tratando de llegar al ‘sueño americano’ y tantos norteamericanos tratando de salir de él.

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