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Arrodillados sin vergüenza

Con los años la política se fue transformando y perdiendo altura. De las ideas se pasó al apetito burocrático insaciable...

16 de septiembre de 2022 Por: Eduardo José Victoria Ruiz

Desde siempre fui conservador. No de un partido mayoritario, pero sí digno. Regresé muchas veces a mi casa con el sabor de la derrota en las elecciones, pero con la tranquilidad que hacer campaña, por ejemplo, por Álvaro Gómez Hurtado. Era lo mejor para mi país, así este no comprendiera la magnitud del candidato perdedor. Nunca supe lo que fue avergonzarme de ser conservador porque siempre creí en su doctrina, en sus ejecutorias, en la cercanía al campesinado.

Así tuviéramos en pocas oportunidades el poder, jamás dejé de admirar a quienes nos representaban en el Congreso. En el Valle los seguidores de Carlos Holguín emulábamos con los de Rodrigo Lloreda o de Humberto González, con la certeza que teníamos rivales de inteligencia, cultura y respeto. Cuando lográbamos el poder regional, como nos sucedió en la gobernación de Holguín o en la alcaldía de Germán Villegas, en cuyos gabinetes participé, teníamos la certeza de hacer gobiernos con grandeza. Por esa razón, ambos fueron reconocidos como los mejores del país en sus categorías. Era un orgullo trabajar por nuestra región desde su talante de estadistas y desde la vocación indeclinable por servir.

Con los años la política se fue transformando y perdiendo altura. De las ideas se pasó al apetito burocrático insaciable y de pronto este dejó de ser bolsa de empleos para convertirse cada dependencia en oficinas generadoras de contratos, cocinas de corrupción y trampolín para que los otrora humildes concejales se conviertan en poco tiempo en magnates congresistas.

¿Cuándo la panza está llena, qué importa satisfacer la inteligencia y el debate por el país? Esa pareciera la consiga predominante. Desde hace varios años, dejamos de buscar al poder para servir, pues los apetitos individuales fueron la prioridad. Los nuevos partidos compraban los dirigentes de base. El conservatismo en un momento de amenaza a la seguridad nacional, le apostó a Uribe y se fue convirtiendo en una habitación más de la casa uribista. La vocación de independencia, tan importante en los partidos se redujo.

Y llegó Petro. Cuando fue el momento en el que el conservatismo debió reaccionar a sacar su ideario tan opuesto al del presidente exguerrillero, las directivas del partido decidieron girar un cheque en blanco y ser partido de gobierno. Con el símil de la casa, en este gobierno el conservatismo estará en el gallinero y sus dirigentes serán recordados por la entrega irresponsable y vergonzosa. Tuvieron la oportunidad de declararse independientes pero por sus mezquinos apetitos personales, solo se les permitirá rondar en el estiércol del gallinero, buscando los granos de maíz que burlonamente les lanzarán con la mano izquierda. ¿Dejaremos que eso siga sucediendo?

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