Columnistas
El milagro de la vida
Los trancones de carros y motos son pausas preciosas que nos da la vida para observar, para mirar esos milagros de la naturaleza.

Vuelven a parir las ceibas. Sus hojas poco a poco se van convirtiendo en motas de algodón que guardan celosas y tibias esas pepitas negras, que de pronto vuelan en copos empujados por el viento, viajando, volando, esparciendo vida.
Casi nadie mira hacia arriba. Nosotros, animales de dos patas, miramos hacia abajo, como las gallinas mierderas buscando entre la tierra. Se nos olvida mirar el horizonte, perdernos en atardeceres dorados, deslumbrarnos al amanecer, agradecer la luz de un nuevo día, mirar hacia arriba, mirar las hojas de los árboles, danzar al ritmo de la brisa vespertina.
Los trancones de carros y motos son pausas preciosas que nos da la vida para observar, para mirar esos milagros de la naturaleza. Especies diferentes, troncos retorcidos en busca de la luz, otros entrelazados en nudos amorosos, algunos eróticos, como piernas abiertas al deseo.
Otros barrigones, popochos, embarazados o flacos como palillos o sensuales como juncos que se doblan pero jamás se doblegan.
Verdaderas avenidas, arcos de sombra y belleza. También arbustos de flores blancas o rosadas que invitan al romance y huelen a dulzura. O los cámbulos, gualandayes y guayacanes, amarillos, lilas, rosa, festines de colores para los ojos y la mente… y no los miramos.
Preferimos pitar, maldecir, echar babasa por la boca y madrear mentalmente al motociclista que se atraviesan zigzagueando; dejar salir el reptiliano, esa oscuridad rabiosa que nos impide ver el milagro de la vida y el movimiento que nos rodea.
Vuelvo a las ceibas, mi pasión. Reencarnaré en ceiba, o fui ceiba. Y en este instante, en este ahora que es lo único que tengo, me fundo en ellas, las veo cargadas de semillas, pariendo hacia el viento, llegando a lugares ignotos, o a sucios andenes y calles pisoteadas, regalando ella vidas.
Millones de ceibas que con el tiempo se volverán gigantes y seguirán creciendo cuando ya no estemos.
Pero las pisoteamos, permitimos que las barran y boten a los camiones que recogen desperdicios, sin enterarnos siquiera que si las recogemos con amor, las ponemos en algodón húmedo o en bolsitas con tierra de abono, estaremos reforestando este Valle y muchos valles. Y ellas se encargarán de regalarnos oxígeno, sombra y ayudaremos un poco contra la destrucción de este planeta azul.
Cuando encontremos estas motas de algodón ligeras y desparramadas por la calle, atrapadas en los andenes, detengámonos un minuto para recogerlas. Son vida, un regalo de amor, no las pisoteemos más, no matemos las ceibas, ellas quieren nacer.
Yo ya tengo varias bolsas, en mis sueños las veo crecer… Ellas saben que las quiero. Hace más de un año recogí algunas y las veo crecer en jardines y parques. Y cuando paso bajo alguna gigante, sé que me cuida
Están más vivas que “muchos vivos que ya tienen muerta el alma” y que jamás las han visto porque sus ojos siempre miran hacia abajo. No saben dónde queda la luz.
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