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Salvajismo anormal

Nada, absolutamente nada alcanzará si nosotros mismos no nos ponemos en cintura para ayudar

29 de diciembre de 2022 Por: Vicky Perea García

Sí que es cierto que los caleños estamos siempre listos para comernos viva nuestra ciudad, ver siempre el vaso medio lleno y, además, hacer poco para ponernos manos a la obra y ayudar. La ola de solidaridad que muchos dijeron que creció con el paro y la pandemia, para mí, fue más espuma que nada.

Pero en medio de tanta criticadera, lo más abrumador (aunque no muy sorprendente) es la incapacidad de hacerla introspectiva. Sobre todo con nuestro salvajismo de intolerancia asesina. Los videos de los últimos días sobre riñas en plena feria se volvieron virales, aunque tengan poco de excepcional. En esta ciudad nos agarramos por una mirada, por un tropiezo, por media sílaba. No son agarrones de arañazos y cachetadas: más del 10% de los homicidios de Cali son precisamente por riñas. Una miserable incapacidad de resolver problemas y de aguantarnos.

¿Para qué quejarnos entonces por la falta de policía, por la falta de presupuesto, por el desinterés del alcalde si estamos tan listos para matarnos los unos a los otros por problemas que no deberían dar para más que un malentendido? Nada, absolutamente nada alcanzará si nosotros mismos no nos ponemos en cintura para ayudar.

Y no, no se trata de la ‘chusma’ y del Oriente. No son ellos los salvajes y el resto de la ciudad la occidental y culturizada. Con nuestra miopía selectiva tan grave, les recuerdo que en los colegios bilingües privados se van a puños, desde hace décadas, por un partido de fútbol o por puro antojo. En las cabalgatas con puros paso fino y whisky ilimitado, las miradas de uno terminan con tiros de otro. La cultura del macho violento y de la obsesión con la honra superficial existen en todos los estratos.

Así que lo que uno sí puede empezar a hacer, en vez de excusar el salvajismo y la violencia por cuanta razón existe, es ayudarse a sí mismo madurando y controlándose o impulsando a los cercanos para que lo hagan. Que respiren en una bolsa de papel, que vayan al psiquiatra, que hagan yoga o mandalas, que se amarren: ¡Lo que les sirva! Los papás en la casa, en Juanambú, Pance o en el Vergel también tienen mucho para hacer.

La crianza, especialmente de los más pequeños y en sus primeros 5 años de vida, es determinante para reducir la probabilidad de asimilar la violencia como una conducta normal y reducir la probabilidad de cometer crímenes. El desinterés de los padres, incluyendo dejar a sus hijos en manos de un chofer o de una niñera, termina exponiendo a los niños a más factores de riesgo.

Aquí no podemos seguir quejándonos de la inseguridad y la incompetencia de las autoridades al tiempo que le tiramos leña al fuego. El problema del Estado con los mil adjetivos que le suman los de un lado y otro -paramilitar, asesino, narco, guerrillero- somos también nosotros mismos. A Cali no la va a rescatar ningún ovni. Lo único que nos abre los ojos no puede ser cuando la tragedia nos toca a la puerta.

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