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José Fouché

Cualquier parecido con la realidad global contemporánea no es coincidencia.

23 de marzo de 2025 Por: Carlos E. Climent
Carlos E. Climent
Carlos E. Climent. | Foto: El País

Hace unos años publiqué el libro ‘La locura lúcida’ en el cual trato, entre otros temas, las conductas antisociales en la vida política. Este describe el caso de José Fouché, quien llegó a convertirse en el hombre más poderoso de su época. Con un enorme talento para el mal, manipuló a los distintos bandos de la revolución francesa, apoyando a unos y batallando otros en la medida en que las circunstancias se lo exigían.

En ‘El genio tenebroso’, Stefan Zweig analiza a este político en gran detalle: “Durante su periodo de sacerdocio enclaustrado, pasó muchos años en silencio, aprendió el arte de ocultarse y se volvió un maestro para observar y conocer el corazón y las debilidades humanas. Sin inmutarse, y cuando presintió que era su hora, abandona la sotana y pasa a convertirse en el más abyecto asesino. En ese momento nadie podía juzgarlo de antisocial, pues sus actos estaban justificados porque cumplía un deber patriótico. Un farsante redomado de carácter frío y calculador lo hace un malabarista mental. Estaba dotado de una natural antipatía para ligarse completamente a alguien o algo. Pero tenía una virtud extraordinaria: conocía la cobardía de la gente y sabía que un gesto feroz y un ademán de terror ahorran casi siempre el terror mismo”.

De esa manera, Fouché, según Zweig, escala, traiciona y derriba por la espalda a sus amigos de antaño bajo el supuesto de estar fortaleciendo a Francia. Como el más sutil de los oteadores, sabe lo que halaga a sus electores y promete lo que con certeza sabe que no podrá cumplir.

El fin último de sus actos es el poder y el beneficio personal. El medio lo constituyen la manipulación, el cálculo, las apariencias, la intimidación, la superficialidad, la mezquindad y el egoísmo sin límites. Sabe esperar y se acomoda detrás de figuras importantes a quienes traiciona de manera rotunda en el momento adecuado. Sabe que su fuerza reside en el aposento del burócrata. Su poder consiste en estar bien informado.

Como jefe de la policía de París, Fouché tenía una red de informantes que lo hacían temible hasta para los más poderosos. Nadie lo iguala en astucia, audacia, perseverancia, autodisciplina y paciencia. Nadie lo supera en su impasibilidad frente a las provocaciones, ni en su sangre fría frente a las crisis. Su extrema frialdad lo lleva a los crímenes más espantosos y a las traiciones más obscenas. Le gana la partida a Napoleón y logra hacer ejecutar a Luis XIV y a su esposa María Antonieta.

Pero la justicia suele llegarles incluso a los más hábiles y manipuladores, porque la gente no olvida ni perdona. A un hombre que todo lo sabía, sus flaquezas humanas le jugaron una mala pasada en momentos decisivos. Por un lado, su vanidad no le permitió renunciar a tiempo. Por el otro, no había aprendido a luchar contra los espectros. Había olvidado a la duquesa de Angulema, un fantasma que vagaba por la corte, quien inicia un proceso que logra que Fouché sea finalmente desterrado y humillado.

Como suelo recordar a mis pacientes, la verdad es hija del tiempo y nadie puede engañar a todo el mundo todo el tiempo.

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