El pais
SUSCRÍBETE

Columnistas

Mi carro de bomberos

Cuando tengo el agua al cuello, y estoy perdiendo la esperanza, Dios aparece por ahí con casco y en tremenda máquina para salvarme.

28 de marzo de 2025 Por: Ossiel Villada
Ossiel Villada Trejos
Ossiel Villada Trejos | Foto: El País

Uno de los recuerdos más bonitos que tengo de mi lejana infancia fue la noche en la que me subí a un carro de bomberos. Nuestra casa, como la mayoría de las del Oriente de Cali en esa época, terminaba inundada cada vez que llegaba el invierno. Esa noche la cosa pasó a mayores y, como los trastos del barrio entero quedaron flotando, los bomberos aparecieron para rescatarnos y sacarnos a un lugar seguro.

En nuestro caso, madre decidió llevar a sus dos hijos más pequeños a la casa de una amiga en un sector vecino. Y fue así como a la medianoche salí de mi cuadra en lo más alto de una máquina gigantesca y hermosa, con un casco en mi cabeza y pelando orgullosamente los dientes a todos los vecinos. ¡Momentazo inolvidable!

Años después, en la redacción de El País, me resultaban un poco chocantes los textos que algunos colegas producían cuando los enviaban a cubrir las inundaciones. Eran crónicas rigurosas, pero a mi parecer incompletas. Esos periodistas tenían la idea preconcebida de que debían reflejar el dolor, la pérdida, el desamparo, pero mi experiencia me decía que aún en situaciones complejas, existen otras emociones positivas en la gente afectada.

Lo que yo más recuerdo, por ejemplo, es que cada vez que el barrio se inundaba todos los vecinos se juntaban para salvar las pocas cosas de los demás. Había más sudor que lágrimas. Más solidaridad que lamentos. Más alegría que rabia. Si la única salida era enfrentarlo, decidíamos hacerlo entre todos y con el mejor ánimo posible.

Por eso los niñitos hacíamos una fiesta entre el agua estancada. Y superada la emergencia, cada quien a lo suyo. Sin drama. A seguir sobreviviendo. Supongo que de ese tipo de experiencias, y de la templanza férrea de mis padres, viene la tendencia que tengo a tratar de ver siempre ‘el vaso medio lleno’. Aclaro: no soy un optimista enfermizo. Me causa alergia la literatura de superación personal. Y de hecho, en ocasiones gasto más tiempo en preocuparme, que en ocuparme.

Pero cada vez que eso pasa, alguna señal del Universo viene a recordarme los días de la inundación. Y entonces, cuando tengo el agua al cuello, y estoy perdiendo la esperanza, Dios aparece por ahí con casco y en tremenda máquina para salvarme.

Por eso, cada cierto tiempo procuro hacer ejercicios como el de estas líneas, para rebelarme contra la ola de toxicidad negativa que me llega del mundo exterior.

Me abruma, me agota y me enfurece la decisión consciente que ha tomado tanta gente, de vivir en la oscuridad de las cosas negativas. Es gente que se caracteriza por tres cosas: son incapaces de ver algo bueno en lo que les rodea. Están convencidos de que todo lo pasado fue mejor. Y no pueden ver el mínimo asomo de esperanza en el porvenir. Son una especie de ‘zombies’ especializados en robar el oxígeno, la energía de los que están a su alrededor.

Pero el mundo moderno ha convertido el credo de lo negativo en la gran plataforma del éxito. De hecho, en los últimos años se convirtió en una piedra angular del marketing político. Quienes aspiran a un cargo de elección popular saben que no necesitan más que pararse de las redes sociales a destruir, antes que a construir. El odio vende y es fácil. Construir es lo realmente difícil. Como periodista comprobé que la gente está más dispuesta a dar click a las noticias negativas, que a las positivas. El veneno vende.

Por eso sé que seguramente, después de leer esto, alguien me tildará de estúpido por no llenarme de odio ante tantas injusticias del mundo. No me importa. Las conozco desde que nací, pero yo seguiré intentando buscar siempre una salida, ojalá en mi ‘carro de bomberos’, a los peores momentos de la vida.

Regístrate gratis al boletín de noticias El País

Descarga la APP ElPaís.com.co:
Semana Noticias Google PlaySemana Noticias Apple Store

Te puede gustar

AHORA EN Columnistas

Gonzalo Gallo

Columnistas

Oasis