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No será tan fácil
Colombia ha tenido aplazado por demasiado tiempo un cambio que, en todo caso, siempre he insistido en ello, debe ser profundo y real...

Entre varios sectores de oposición al gobierno de Gustavo Petro se da como un hecho que triunfarán en las elecciones del 2026. Creen que será suficiente con lograr un acuerdo político entre sus distintas expresiones para no ir al debate electoral con un sinnúmero de candidatos, sino unidos, en algo así como un ‘frente común’, que garantice que el proyecto del cambio que ha impulsado el Pacto Histórico “no va más”, como dice un conocido locutor deportivo cuando llega el final de un partido de fútbol.
A mí me parece que ese cálculo es no solo alegre, sino también irresponsable.
Es relativamente fácil hacer oposición política sacando el máximo provecho de las actuaciones del gobierno en las que, hay que decirlo, abundan las oportunidades que van desde asuntos tanto de forma como de fondo en la conducción del país. En este gobierno se da ‘papaya’ de manera generosa. Muchas de estas críticas son válidas, incluso no solo compartidas por quienes están claramente en la oposición, sino en sectores que pueden ser considerados de centro e incluso iniciales aliados del gobierno. No obstante, y en no pocos casos, esa confrontación al gobierno de Petro se ha vuelto feroz, desconoce logros evidentes y se ha deslizado a temas personales de la vida del primer mandatario.
Se puede seguir hablando mal, muy mal de este gobierno, utilizando los más extremos calificativos, pero los réditos políticos de estarse oponiendo al gobierno de Petro, casi desde el comienzo de su administración y ahora más radicalmente, no serán suficientes para evitar que el Pacto Histórico continúe en el poder, logrando incluso una más fuerte representación parlamentaria.
Por blasfemo que parezca, el tema central del debate que se decidirá en las urnas es si un proyecto de cambio en este país debe continuar o no. Podrán discutirse, por supuesto, las formas, las maneras y el fondo de las reformas que sigue requiriendo el país, pero pensar que el asunto es simplemente derrotar el proyecto de Petro y volver al país de antes, el de siempre, es el camino cierto para una nueva derrota de la oposición.
Colombia ha tenido aplazado por demasiado tiempo un cambio que, en todo caso, siempre he insistido en ello, debe ser profundo y real (no del tipo de que ‘todo cambie para que todo siga igual’), pero decididamente democrático, bien alejado de tentaciones totalitarias.
Gustavo Petro es una expresión, no la única, de ese intento de cambio. En mi opinión, esa necesidad de cambio para Colombia debía expresarse más en un proyecto de transición que en uno de ruptura que es por el que finalmente ha optado el gobierno, bajo el argumento (discutible) de que no hubo otra alternativa. Pero es un hecho que, para bien y para mal, este país ya no es el mismo. Una importante cantidad de compatriotas siguen anhelando recibir los beneficios de una democracia más ancha y profunda que resuelva asuntos críticos como la desigualdad estructural, que en el caso de nuestro país (ya es el segundo más desigual de todo el planeta) es una realidad intolerable y que ofende.
Puede ser pensar con el deseo, pero yo quisiera ver un debate político de cara a la elección de 2026, centrado en argumentos, pero muy especialmente con relación a cómo llevar este país hacia cambios que podamos asumir de manera consensuada con una visión compartida sobre el futuro y que nos incluya a todos.
A esta nación no le conviene un proyecto de ruptura, pero tampoco uno que reniegue de la necesidad de cambios. Esto último sería irresponsable e inaceptable.
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