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Se nos fue el griot (II)
Entrevisto preferiblemente a los ancianos, a los sabios de la aldea, pero el año pasado encontré a tres chicos en Guapi, estudiantes, y me narraron treinta cuentos.

Como lo conté la semana anterior, la cultura del Pacífico colombiano tuvo en Baudilio Revelo Hurtado a su propio griot o Jeli, que según la tradición africana es el contador de historias, el que reúne a los más jóvenes de la aldea para contarles cómo era el pasado.
Aquí continúa la historia de su infancia en el Pacífico y cómo se convirtió en investigador de la narración oral, según lo contó en una entrevista que le hice alguna vez para la revista del Instituto Popular de Cultura.
“Nuestra casa estaba frente al río, hecha de madera, de dos plantas, con sus balcones calados. Vivíamos en el segundo piso, y abajo quedaba la tienda, el almacén donde se vendían telas, platos y en la parte de atrás, en la bodega, guardaba sal. Cada dos o tres meses salía para comprar todo lo que necesitaba para el almacén.
Cuando mi padre se iba todos nos hacíamos en el balcón de la casa; once hermanos y mi madre. Mi viejo se hacía en la parte de atrás con un pañuelo y nosotros también lo despedíamos con pañuelo, mientras llorábamos a gritos. Mi madre nos abrazaba; veíamos el pañuelo hasta que el barco atravesaba la isla y se perdía en la distancia.
Una vez una vecina, doña Anastasia Figueroa, fue hasta la casa a preguntar si alguien se había muerto, porque escuchó nuestro llanto. Cuando mi padre regresaba al mes, nos poníamos la ropa más bonita; era un día de fiesta, la mejor comida, adornábamos la casa con palmas. Se llevaban a la casa músicos de marimba y cununo”.
Cuando le pregunté qué lo había impulsado a realizar estas investigaciones de tradición oral, esto me contestó Baudilio:
“A nosotros nuestra madre, Rosinda, nos hacía dormir narrándonos cuentos. Miré al Pacífico y me dije: Nosotros tenemos una cultura oral y es el momento de empezar a trabajar en ello.
Hace treinta años estoy en esta tarea; las últimas tres investigaciones han tenido el respaldo de la Universidad Libre. Hasta el momento he publicado siete.
Uno de mis primeros libros fue ‘Voces e imágenes del Litoral Pacífico’; ahí consigné palabras bantúes y de español arcaico, así como expresiones quechuas e ‘inglés de muelle’.
Voy a las comunidades del Pacífico con un morral, grabadora y lleno de abrazos. Soy absolutamente respetuoso de las historias que me cuentan, de sus silencios, y esto me permite un espacio de confianza.
He tenido sorpresas, como encontrar en el Pacífico un cuento africano que León Frobenius lo transcribió en el Sahara a comienzos del Siglo XX.
Pude escucharlo, similar, en Candelillas de la Mar, un pueblo cercano a Tumaco, en límites con Ecuador, por el río Mira. Es el cuento del Conejo y el León, idéntico a Zomba burla al Rey, transcrito por Frobenius en el libro El Decamerón Negro, en su expedición en el Congo y Sudán en 1905.
Entrevisto preferiblemente a los ancianos, a los sabios de la aldea, pero el año pasado encontré a tres chicos en Guapi, estudiantes, y me narraron treinta cuentos.
La teoría acerca de que los viejos son los únicos herederos de la tradición oral, fue puesta en duda en ese momento. Jaime Arocha me ha ayudado muchísimo, me orienta.
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