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Sin Congreso no hay democracia

En otras latitudes, cuando las instituciones legislativas han sido debilitadas, el resultado ha sido la concentración del poder, la desaparición del debate público y la erosión de las libertades ciudadanas.

20 de marzo de 2025 Por: Gabriel Velasco
Gabriel Velasco Ocampo
Gabriel Velasco Ocampo | Foto: El País

La democracia colombiana no nació de la voluntad de un solo hombre ni de la imposición de un gobierno. Se construyó con instituciones, con pesos y contrapesos, con el debate y la deliberación. En el centro de esa arquitectura democrática está el Congreso de la República. No es un adorno ni un obstáculo, es la garantía de que el poder no se ejerza sin límites.

Desde su origen, el Congreso ha sido el escenario donde se han forjado los grandes acuerdos nacionales. Fue clave en la creación de la Constitución de 1991, la mayor transformación democrática del país. Esa carta de derechos y libertades no nació del capricho de un gobierno, sino de un proceso en el que el Legislativo permitió la convocatoria de la Asamblea Constituyente y habilitó los mecanismos para un cambio profundo. Esa fue una apuesta por fortalecer la democracia, no por debilitarla.

El Congreso también ha sido fundamental en tiempos de crisis. Durante el Proceso 8000, cuando el narcotráfico infiltró la política y puso a prueba la solidez del Estado, muchos pensaron que las instituciones no resistirían. La corrupción manchó la política, la indignación creció y la confianza en las instituciones se resquebrajó. Pero el Congreso asumió su responsabilidad, investigó, sancionó y demostró que la democracia colombiana tenía la capacidad de corregir sus errores.

Y cuando el poder ha querido desbordar sus límites, el Congreso ha actuado como freno. No permitió la reelección indefinida ni reformas que buscaban concentrar el poder. En otras latitudes, cuando las instituciones legislativas han sido debilitadas, el resultado ha sido la concentración del poder, la desaparición del debate público y la erosión de las libertades ciudadanas.

Por eso, cuando el gobierno propone una consulta popular para evadir el Congreso, la historia nos advierte del peligro. No es la primera vez que un gobernante, frustrado por no conseguir mayorías, intenta saltarse las instituciones. Si una reforma no tiene consenso, el camino no es ignorar el debate, es mejorar la propuesta, negociar, construir mayorías. No se puede gobernar a punta de consultas cuando la Constitución ha dejado claro que las leyes se aprueban en el Congreso.

Este no es un tema de partidos, sino de principios democráticos. El Congreso es la casa del debate, el espacio donde se construyen acuerdos que representan a toda la sociedad y no solo a un sector. Su papel no es aprobar automáticamente las decisiones del Ejecutivo, sino deliberarlas, enriquecerlas y, si es necesario, rechazarlas. Ese es su deber.

Los gobiernos pasan, las instituciones permanecen. El Congreso no es un capricho, es la piedra angular de nuestra democracia. Quienes hoy buscan debilitarlo deben entender que sin Congreso no hay frenos al poder, no hay deliberación y no hay garantías para la oposición. Debilitarlo es abrir la puerta al abuso, a la arbitrariedad y a la imposición de un solo modelo sin espacio para el disenso.

En 1991, Colombia ratificó que su democracia se basaría en pesos y contrapesos. Hoy, ese principio está en riesgo. Si permitimos que el Congreso sea debilitado, no será un golpe contra una institución, será un golpe contra el Estado de derecho.

En democracia, las instituciones están para protegernos de los abusos del poder. Sin Congreso, no hay pesos ni contrapesos. Sin pesos ni contrapesos, no hay democracia. Y sin democracia, no hay futuro.

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