El dilema de EE.UU.

El primer debate entre Donald Trump y Joe Biden, de cara a las elecciones de noviembre próximo, evidenció de una manera dramática el dilema al que se enfrenta hoy la mayor potencia del planeta: llevar a la Presidencia a un condenado por la Justicia, a quien poco le importa basar sus argumentos en mentiras, o mantener en ella a un hombre que deja serias dudas sobre sus condiciones físicas y mentales para ejercer un nuevo mandato.

Lejos de arrojar claridad sobre el manejo de la economía, la crisis de la migración, los conflictos internacionales, el desbordado fenómeno de los tiroteos -entre muchos otros asuntos complejos que deberá enfrentar el próximo inquilino de la Casa Blanca-, la confrontación televisada no hizo más que refrendar los peligros que representan los dos principales aspirantes al cargo.

Trump, como ya es característico en él, hizo de su participación en el debate un despliegue de falsedades. Medios especializados en chequeo periodístico le contabilizaron más de 30 afirmaciones mentirosas sobre los más diversos temas: la economía, los ataques terroristas durante su mandato, la financiación de Estados Unidos a Ucrania, el mercado de los automóviles estadounidenses, las políticas sobre aborto y, por supuesto, el resultado de las elecciones del 2020. Con el agravante de que los moderadores del debate no lo cuestionaron por ello.

Pero ni siquiera necesitó aplicar el otro ingrediente de su fórmula retórica -el ataque colérico y despiadado contra el oponente-, pues tuvo al frente a un Biden confuso y vacilante que en varias ocasiones perdió el hilo de sus argumentos y no tuvo más remedio que pasar al lenguaje hostil, desdibujando así su recordada imagen de estadista.

Aunque todos los medios especializados coincidieron en que Trump ganó el debate por amplio margen, la noticia en realidad fue otra: el pánico que se apoderó de las toldas demócratas, ante el pésimo desempeño de Biden en esos 90 minutos de pesadilla.

La pregunta que hoy inquieta a los electores, de ambos bandos, es si el Partido Demócrata se atreverá a dar el paso de buscar un relevo de candidato antes de agosto, cuando realizará la convención para proclamar oficialmente a su aspirante a la Presidencia. Esa salida, por supuesto, dependerá en gran medida del mismo Biden, que ahora se enfrenta no solo a la dura realidad de sus propias limitaciones, sino a la presión de un partido entre la espada y la pared.

En cualquier caso, la carrera por la Casa Blanca tomará a partir de este momento un nuevo rumbo, pues es previsible que en las próximas encuestas la ya débil posición de Biden se deteriore aún más, mientras que Trump afianzará su favoritismo en varias regiones. Por primera vez, las mediciones electorales reflejarán con precisión el impacto del debate sobre la franja de los indecisos.

Al margen del devenir de la campaña, es un hecho que las elecciones de noviembre serán un punto de inflexión política para los Estados Unidos, pues nunca antes la nación estuvo ante un dilema de esta magnitud. Y sus efectos trascenderán sobre todo el planeta.