Editorial
El final de la COP16
...que este 2025 las naciones ricas canalicen 20.000 millones de dólares a los países en desarrollo para el cuidado de la biodiversidad...

Cuatro meses después de que la COP16 vistiera de alegría y orgullo a caleños y colombianos, cerca de 150 países lograron avanzar sobre el que era el objetivo central de la cita en la capital vallecaucana: la financiación de la protección de la naturaleza de aquí al 2030.
Y aunque ese ‘segundo tiempo’ de la Conferencia de las Partes que acaba de tener lugar en Roma no puede calificarse como un rotundo exitoso, sí representa un alivio tras el fracaso que significó que los representantes reunidos en Cali se levantaran de la mesa en medio de profundas diferencias sobre la manera de darle cumplimiento al Marco Mundial de Biodiversidad Kunming-Montreal.
En este Acuerdo, firmado en 2022, las naciones se comprometieron a alcanzar 23 objetivos para detener la destrucción del planeta antes de 2030. Pero era evidente que dicho objetivo no sería posible si los países desarrollados no asumían el mayor peso financiero de esa misión.
De ahí que sea destacable que la presidenta de la COP16, hoy saliente Ministra de Medio Ambiente de Colombia, haya persistido en darle continuidad a esa discusión en Roma, y que allá, a última hora, se haya convenido adoptar un plan de trabajo de cinco años destinado a desbloquear los miles de millones necesarios para detener la destrucción de la naturaleza y distribuir mejor el dinero a los países pobres, varios de los cuales albergan los mayores pulmones del mundo, como es el caso de la Amazonía y el Chocó.
Así las cosas, esos casi 150 países tienen ahora dos tareas enfrente: encontrar miles de millones de dólares de financiación adicional para la biodiversidad y decidir las instituciones que aportarán ese dinero. Y ambas cosas deberían estar bastantes resueltas antes de la COP17, programada para llevarse a cabo en el 2026, en Armenia.
Entonces es cuando las buenas noticias de Roma empiezan a tornarse no tan concluyentes, porque si bien allí también se acordaron reglas e indicadores fiables para medir y verificar los esfuerzos que la humanidad haga para salvar la Tierra, los más escépticos se preguntan si no se trata solo de un canto a la bandera que en la práctica aleja más la posibilidad de alcanzar la meta prevista para el 2030.
Porque de lo que se trata en términos financieros es de reunir 200.000 millones de dólares anuales hasta entonces y es evidente que, más allá de la buena voluntad, todavía queda mucho trabajo por hacer al respecto. Por ejemplo, definir cómo se van a modificar las subvenciones a los países pobres, cómo se va a atraer miles de millones de recursos privados y cómo se va a integrar la biodiversidad en los presupuestos públicos, todo bajos los parámetros establecidos esta semana.
Por lo pronto, habrá que esperar el transcurso de este año para ver si se cumple uno de los puntos convenidos en este final de la COP16: que este 2025 las naciones ricas canalicen 20.000 millones de dólares a los países en desarrollo para el cuidado de la biodiversidad. Ese sería un primer paso para demostrar que el propósito de librar al mundo de la destrucción a la que lo ha sometido el hombre, esta vez es genuino.
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