Le pidieron cita y no los atendió, intuía se habían confabulado y lo pondrían contra las cuerdas. Jugó a silenciarlos haciendo público el consejo de ministros. Su vanidad lo llevó a creer que no se atreverían a cuestionarlo al aire. La Vicepresidenta se despachó dando a todos licencia para hablar. No calcularon que al desahogarse, ahogaban al Gobierno. “Se tiraron el consejo”, balbuceó Benedetti, y la premeditada absolución de sus pecados.
Lo sucedido confirmó que estamos ante un circo y no un gobierno. La una llora, el otro dice que lo ama, y el de más allá que lo mire. Los de izquierda creen que gobernar es echar discursos. Patético. Petro presenta los incumplimientos de su gobierno como si fueran ajenos, de un cuerpo extraño. Y en medio del vergonzoso episodio pide que lo escuchen, les recuerda que él es el Presidente, dejando en evidencia que más que admiración y respeto, le temen.
Confirmó la falta de principios de los de la secta. Los sindicalizados debieron renunciar de inmediato. Pero están felices ‘gobernando’, es decir, pontificando, mintiendo, viajando, nombrando y destruyendo. Vamos a ver si la Muhamad, Bolívar, Camacho, López, Carrillo y los otros indignados tienen la entereza de retirarse o si por ‘salvar la causa’ se quedan. Jaramillo hábilmente se limitó a festejar sus delitos pasados y Cristo se la olió y salió corriendo de Palacio.
Confirmó que el Pacto es cómplice del fraude electoral, pero cabalga inmune sobre este. ¿Por qué tan callados Iván Cepeda, María José Pizarro, Wilson Arias y Martha Peralta, entre otros aguerridos moralistas? ¿Y los lentejos liberales, conservadores, verdes, y de la U, que pasan de agache en defensa de su puesto y presupuesto? ¿Haciendo cuentas electorales? ¿Dónde está el expresidente veleta y el que peor que Judas ha negado a Petro mil veces?
Confirmó que Benedetti manda y Petro obedece. Volvió por lo suyo, ya lo había dicho. Sabe cómo se robaron las elecciones, tiene precio y cobra. Si habla se cae el gobierno ya caído, aunque hiberne por dieciocho meses más. Habla y es la muerte política del Presidente y de la izquierda, es la derrota anticipada de su candidato en 2026. De ahí el silencio de los sublevados valientes. Les toca deglutirse a Benedetti, saborearlo sin hacer caras, al igual que Petro.
Confirmó también que el Presidente está enfermo de la cabeza. Si no lo estuviese, no asume un riesgo tan absurdo. Eso le pasa porque es un enamorado de sí mismo y su discurso, y no pensó que lo cuestionarían. Gobierna en un país imaginario, jugando soldaditos de plomo que no dan plomo y monopolio con bienes ajenos, admirando en su espejo al más apuesto e inteligente salvador del planeta. Mientras tanto el país real se cae a pedazos.
Confirmó ante todo, que por ningún motivo la izquierda debe seguir en el poder a partir del 2026. Ya que el Congreso no tiene los pantalones para sacarlo antes por violacion de topes, incapacidad o indignidad, hay que evitar que se atornillen. Eso si hay elecciones pues Petro no descarta embolatarlas. Y de realizarse los comicios hará todo lo que esté a su alcance para eternizar el régimen. Para eso tiene a Benedetti y otros secuaces expertos en fraude.
No es el momento de las vanidades sino del interés nacional. Quienes genuinamente aspiren a corregir el rumbo e introducir los cambios que el país reclama tienen el deber de controlar sus egos; nadie les perdonaría que por su culpa la izquierda se perpetúe pues sería el fin de Colombia y de su democracia. Petro le hizo un favor al país transmitiendo en vivo ese Consejo de Ministros pues confirmó que no hay Presidente ni Gobierno. Pero Colombia no aguanta así, por mucho tiempo.