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¿Sufre del síndrome del impostor?

Es crucial recuperar una competencia justa y entender que el talento y la dedicación no son opcionales...

10 de febrero de 2025 Por: Álvaro Benedetti
Álvaro Benedetti
Álvaro Benedetti | Foto: El País

Vivimos en un entorno donde la incertidumbre predomina y la confianza en las instituciones se ha debilitado, haciendo que el éxito parezca frágil, casi efímero. Esta sensación no solo afecta a individuos, sino también a empresas y comunidades, limitando su capacidad de innovar y elegir con determinación. En este contexto, es común que muchos cuestionen si realmente merecen sus logros, una percepción conocida como síndrome del impostor.

A menudo, este fenómeno se analiza desde una perspectiva individual, asociado a la autoestima o la inseguridad. Sin embargo, cuando el reconocimiento al esfuerzo queda relegado frente a la volatilidad económica, la falta de reglas claras o el favoritismo, la sensación de insuficiencia se amplifica y adquiere una dimensión colectiva. Cuando una sociedad deja de valorar sus propios avances, se erosiona la expectativa de progreso y, con ella, la posibilidad de forjar un futuro estable.

Este sentimiento afecta tanto a jóvenes profesionales como a líderes experimentados, generando inseguridad sobre la legitimidad de sus éxitos. La percepción de que estos dependen más de factores externos que del esfuerzo mina la seguridad y dificulta definir un rumbo. Más allá de lo individual, existen condiciones estructurales que refuerzan estas ideas. Por ejemplo, cuando la educación en el hogar o en la escuela prioriza la validación externa sobre el desarrollo personal, puede arraigar desde edades tempranas la sensación de no estar a la altura, lo que frena la sana ambición de crecer.

En espacios de formación y liderazgo que he conducido, he visto cómo muchas personas titubean respecto a sus propias habilidades e incluso manifiestan temor a enfrentarse a un sistema que distinguen como inaccesible o arbitrario. En lo personal, también he sentido esa inseguridad, una reacción que, lejos de ser irracional, surge en contextos donde la estabilidad y el reconocimiento del mérito han sido esquivos.

El ámbito empresarial no está exento de esta realidad. La falta de planificación y la inestabilidad laboral generan un clima donde la cautela y la inseguridad reemplazan la iniciativa. Sin estabilidad ni incentivos claros, el temor a no estar a la altura frena la innovación y debilita la capacidad de establecer un rumbo claro. En lugar de anticiparse, muchas organizaciones terminan reaccionando, perdiendo oportunidades valiosas.

Más allá de los desequilibrios, la cultura del atajo y muchos liderazgos—especialmente políticos—que desincentivan la excelencia, romper este ciclo exige fortalecer la confianza en las propias competencias y en las condiciones que las impulsan. Es crucial recuperar una competencia justa y entender que el talento y la dedicación no son opcionales, sino una responsabilidad compartida entre empresas, profesionales e instituciones.

Tampoco es solo un reto individual, sino un desafío colectivo. Es una cuestión de valores e incluso de identidad nacional, donde cada uno avanza a su ritmo, haciendo buen uso de su libertad, conforme a sus expectativas y con respeto por los demás. Si esta reflexión resuena con usted, le invito a reconocer que el trabajo bien hecho no es una excepción, sino una prueba legítima de talento y mérito.

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