La primera vez que hablamos de la posibilidad de llevar a Negro con nosotros a España, pensamos en su reacción cuando se reencontrara con el mar. Para darles contexto, Negro era un perrito playero que vivía en Coveñas, y que mi esposa y yo decidimos adoptar hace tres años.
Su historia la conté en la primera columna que publiqué en este diario, que se llama ‘El Perro inadoptable’. A él lo llamaban así jocosamente en la fundación que lo recogió por una particularidad: cuando lo rescataron tuvieron que amputarle su pata delantera derecha.
Andar por la calle con un perro de tres patas, en principio, puede ser algo atípico. Algunas personas te miran de reojo, otras se acercan a saludar y a preguntar qué le sucedió mientras le dan una palmada y otras, un poco más osadas, se atreven a ofrecerte monedas, como me pasó el otro día saliendo de un supermercado.
Con Negro hemos vivido muchas aventuras. Fuimos a adoptarlo a Medellín y nos lo trajimos en avión, hicimos largas caminatas con él hacia la Colina de San Antonio a donde su querida tía Paula e, incluso, nos atrevimos a viajar en bus con él, siempre con una anécdota por contar.
Sin embargo, cuando decidimos que pasaríamos una buena temporada en una ciudad costera de España, nos entraron los nervios por saber qué hacer con Negro, ya que su historia es parte fundamental de nuestro matrimonio: darle un hogar y, con amor, levantarlo de los huesos (cuando llegó se le veían las costillas) ha sido una de las experiencias más lindas que hemos vivido.
Por eso nos documentamos y dimos con Safe Mascotas, una empresa que se encarga de llevar a tu mascota junto a ti a cualquier parte del mundo. La señora Sandra nos asesoró en todo momento con el proceso.
Nuestro mayor miedo era saber si Negro iba a poder resistir 15 horas de vuelo en un guacal desde Cali hasta Madrid, nuestra primera parada en España. Y a pesar de los nervios, el gordito llegó al aeropuerto de Barajas en perfecto estado, moviendo su cola y con ganas de recorrer cada esquina.
A los días tomamos un tren hacia Ribeira, en Galicia, al norte del país. Y ahí llegó, incansable, juicioso, noble, portándose como un caballero.
Cuando llegamos al que será nuestro lugar de residencia, que queda frente a la playa, el gordo empezó a asomarse por las ventanas, como si recordara el eco de su antigua Coveñas. Entonces lo sacamos a su primer paseo, y me quedo con esa imagen eterna: Negro corriendo como loco por la arena, como nunca lo habíamos visto, ladrándole a las olas y sonriendo con el brillo de sus ojos cafés.
Ahí supe que al fin la vida nos permitió devolverle un poco de todo ese amor que con el que él ha bendecido este hogar.