Por: monseñor Rodrigo Gallego Trujillo, obispo de Palmira

Toda vocación es un don que viene de Dios y se proyecta hacia los demás, sirviendo y amando en alegría.

La vocación auténtica produce alegría y, por lo tanto, genera plenitud en lo profundo del ser. Así, entendiendo la vocación como un llamado concreto a una misión precisa que, glorifica a Dios y promueve al prójimo. Allí está la clave para comprender existencialmente la realización personal que se centra en la persona adorable de Jesucristo.

La insatisfacción del corazón que brota del egoísmo, arruina la alegría, frustra el futuro y cierra las buenas relaciones interpersonales.

La Palabra de Dios de este domingo nos entusiasma a volver sobre la propia vocación, contemplando a Dios, origen de mi vida interior (Isaías 6); recordar que Él nos quiere humildes para sentir siempre que estamos de paso por el mundo (Salmo 138); creer de verdad que Cristo Jesús Resucitado es el centro de la historia y, por lo tanto, el único y real modelo nuestro; alegrarse de ser llamados a evangelizar porque esa la verdadera dicha de la Iglesia y, por nuestro Bautismo siendo Iglesia, estamos llamados a ser servidores del apostolado que tanto necesita nuestra sociedad.

El Evangelio es la respuesta a las más profundas y candentes preocupaciones y dolores del hombre. Solo volviendo a Dios podremos salir de la división, incertidumbre, corrupción, indiferencia y ambigüedad moral. Volver a Cristo es lanzar la red con la convicción de que el Señor nunca engaña, defrauda e incumple. No dudemos de Dios y permitamos que la Palabra de Salvación toque el corazón y seamos, por nuestra vocación cristiana, trabajadores de la Viña del Señor.

Cuando el Apóstol Pedro se postra ante Jesús, nos está indicando que, sin Dios, todo proyecto humano se queda en lo humano y no trasciende. La gran sorpresa de Pedro es fruto de hacerle caso a Jesús (en tu Nombre lanzo la red) y Dios siempre nos sorprende.