Después de la charada de unas elecciones presidenciales que el régimen quiso hacer pasar por democráticas, del robo descarado de esos resultados y de una posesión para un nuevo periodo de seis años en el poder que para la mayoría de sus ciudadanos y de gobiernos del mundo fue ilegítima, ahora hay que preguntarse qué sigue para Venezuela.
La pretensión parece ser agudizar la represión a través de nuevos cambios a las leyes y a una Constitución que ya ha sido varias veces manoseada, para acallar aún más a los opositores, pero en primer lugar para restringir las libertades de un pueblo que lleva 26 años ahogándose bajo las limitaciones políticas, económicas y sociales impuestas por el chavismo.
Con la quinta parte de su población, cerca de ocho millones de habitantes, que ha huido en los últimos tiempos buscando liberarse de la opresión, la pobreza extrema y la falta de oportunidades, en una de las mayores diásporas registradas en el mundo en su historia moderna, la preocupación mundial debería estar en lo que pasará con esos otros 32 millones de venezolanos que no tienen opción diferente a quedarse bajo el yugo de la dictadura.
La posesión de Nicolás Maduro el viernes pasado hay que verla como la declaración de intenciones de lo que será el futuro de Venezuela. La presencia de Daniel Ortega de Nicaragua y Díaz-Canel de Cuba, los únicos mandatarios que asistieron y que casualmente representan a las otras dos dictaduras latinoamericanas, así como la presencia de delegados de gobiernos que se pueden calificar como totalitaristas, caso de Rusia, China e Irán, son muy dicientes, pero aún más su discurso en el que recalcó que hará cambios constitucionales.
Es de suponer que lo que buscará con ello es allanar el camino para perpetuar el régimen, con las imposiciones propias de las dictaduras y reprimir aún más a sus ciudadanos. De paso, borrar de tajo a la oposición que no pudo, en la que ha sido su oportunidad más clara, derrotar al gobierno y que se hiciera respetar la voluntad del pueblo.
Con unas fuerzas militares que se han lucrado en estos 26 años del chavismo y por eso le mantienen su fidelidad; con todos los poderes públicos cooptados por el oficialismo, y con gobiernos como el actual de Colombia, que además de mostrar sus afectos al chavismo es sordo y ciego, a consciencia, sobre lo que es la realidad del pueblo hermano, Nicolás Maduro seguirá atornillado en el Palacio de Miraflores.
Frente a ello el mundo democrático no puede quedarse impávido. El viernes se vio que no es suficiente con declarar la manipulación de los resultados electorales del 28 de julio pasado y reconocer a Edmundo González como el legítimo presidente. Las restricciones impuestas por Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea de poco servirán si sus efectos los sienten solo los venezolanos del común, tal como ocurre en Cuba, más no la dictadura.
Es la unidad internacional, que incluye a los gobiernos democráticos y a las entidades del orden mundial creadas para velar en primer lugar por la libertad y la dignidad humanas, la que tiene que primar para obligar a que en Venezuela retorne la democracia y la gobiernen quienes fueron elegidos por el pueblo.