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Cien años de aburrimiento
El cine tiene un lenguaje totalmente distinto del de la literatura, diferencia que García Márquez...
La versión para la televisión de Cien Años de Soledad producida por Netflix a todo costo, carga con el pecado original de no independizar el guion del texto literario de Gabriel García Márquez. El cine tiene un lenguaje totalmente distinto del de la literatura, diferencia que García Márquez, quien dirigió una escuela de cine en Cuba, tenía muy clara, lo cual lo llevó a decir con razón que su obra no podía ser llevada al cine, si lo que se buscaba era hacer una transcripción literal en imágenes de los acontecimientos de la novela. Una versión libre con una definida intención dramática hubiera producido mejores resultados.
La única manera de entender lo que pasa en la serie para quienes no hayan leído el libro, es seguir la voz en off con los textos originales que van explicando lo que las imágenes no comunican. El resultado es un ritmo lento, con actuaciones planas, donde hay poca acción y poco dramatismo, que son condiciones indispensables para una serie de televisión. El primer capítulo, que es fundamental para que los televidentes se enganchen con una serie que compite con muchas más de todas las clases imaginables, solo produce un largo bostezo. Y el segundo y el tercero igual. Solo el deber patriótico, la curiosidad y la devoción por la obra extraordinaria de García Márquez llevan a continuar mirándola.
En el cuarto capítulo con una dirección distinta cambia el ritmo, pero ya para entonces la serie ha perdido interés dada la enredada genealogía de los Buendía donde no hay espacio para tanto personaje. De rescatar la actuación de la Úrsula Iguarán adulta. Al final aparece la acción encarnada en la violencia partidista, las escenas de guerra y las brutales masacres, que ni siquiera hacen parte del libro. Cien Años de Soledad no es un libro sobre violencia política, ausente en la obra de García Márquez. Aunque el Coronel Aureliano Buendía haya estado en mil batallas y la haya perdido todas, esa violencia no llega a Macondo. La vida del Coronel corresponde más a las guerras civiles del Siglo XIX entre la capital y las regiones, que a la violencia partidista de los años cincuenta entre liberales y conservadores. El ataque conservador a Macondo, convertido en pueblo liberal, con cañones y ametralladoras de la Primera Guerra Mundial, es un extraño añadido.
El episodio de violencia que sí aparece en el libro es la matanza de las bananeras, sucedida en diciembre de 1928 durante el gobierno conservador de Miguel Abadía Méndez, cuando el ejército nacional masacró obreros de la United Fruit Company que protestaban por sus condiciones de trabajo. García Márquez habla de 3000 muertos y de trenes con cadáveres que no terminan de pasar. La versión oficial habla de 40. Habrá que esperar como se escenifica ese horror en la segunda parte de la serie.
Macondo es un mundo aislado en medio de una ciénaga donde la familia Buendía repite sus tragedias y sus amores por generaciones, y donde aparte de la magia que es pan de cada día, nada sucede. Los personajes que allí se entrometen son pocos: Remedios, la Bella, que sube a los cielos; Melquíades, el mago inmortal que adivina el final de la estirpe; Pietro Crespi, el italiano que va a morir de amor; Fernanda del Carpio, que viene de la capital con su bacinilla de oro. Es la edad de la inocencia y su inevitable pérdida, que dura un siglo.
Imposible de llevar al cine sin producir cien años de aburrimiento.