El defecto Kamala

Cuando Kamala Harris tomó la candidatura demócrata, el republicano Donald Trump aventajaba por tres puntos al presidente Joe Biden en los promedios de las encuestas. El ‘efecto Kamala’, como se llamó aún antes de que se produjera, llenó de optimismo y esperanza a los progresistas norteamericanos que rápido cambiaron el rumbo de las encuestas. Para octubre 3 la vicepresidenta había borrado los tres puntos de desventaja con Trump y le tomaba una delantera de 2,2 puntos.

Un gran logro, dirían unos; no mucho, dirían otros, porque tras dos meses de campaña frente a un candidato muy popular, pero muy detestado, la ventaja tras dos meses de impulso mediático estaba apenas en el margen de error.

Al llegar a ese pico, el efecto Kamala empezó a diluirse y al momento de escribir esta columna, solo aventajaba a Donald Trump con 0,1 %. Lo peor es que Trump le tomaba ventaja a Harris en las encuestas de todos los estados del Rust Belt. Una sombra de pesimismo e incredulidad recorre hoy los cuarteles demócratas.

Las malas noticias no vienen solas. Harris va a tener un menor voto entre latinos, negros y mujeres. A pesar de la misoginia y el racismo de su oponente, la vicepresidenta es la que menos atractivo tiene en segmentos mayoritariamente demócratas. “Mi esposa acaba de votar por Trump”, me dijo desconsolado hace unos días un amigo cuando se enteró que su esposa latina había enviado su voto Maga por correo.

Los sindicatos, históricos fortines demócratas, también empiezan a darle la espalda a Harris, como la Asociación de Bomberos que dejó ‘en libertad’ a sus afiliados, lo que varios entendieron como invitar a votar por Trump, resaltando que los dirigentes sindicales, demócratas por interés, son incapaces de actuar en contra de su base cada vez más trumpista por identidad.

Washington Post y Los Angeles Times que vienen respaldando candidatos demócratas desde hace 50 años decidieron no apoyar a ningún candidato; el público correctamente entendió como que no apoyaban a Harris. Aún con la proximidad a las elecciones, la reacción demócrata es patética, ha llegado hasta buscar el apoyo de personalidades republicanas detestados por la base popular republicana y por la misma base demócrata, como el senador por Utah Mitt Romney quien en 2016 le suplicó a Trump que lo nombrara Secretario de Estado y Trump ni siquiera le contestó. O de Dick Cheney, vicepresidente de la era Bush Jr.

Mientras Harris se niega a dar entrevistas en medios alternativos disruptivos manejados por jóvenes como Nelk Boys o Theo Von, Trump acepta y se vuelve popular en escenarios hostiles. En auxilio de Kamala salieron los octogenarios esposos Clinton a decir que Trump no está bien mentalmente porque tiene 78 años, como ellos.

Pero, como decimos en Colombia, eso es lo que hay. Kamala Harris es una mediocre impuesta para reemplazar a otro mediocre para quien trabajó. El Demócrata es un partido oligárquico que no entendió la transformación política de la base social americana, mientras el trumpismo se volvió portavoz de obreros y pequeños empresarios suburbanos de un país tradicional, religioso y patriota, en crisis.

Si Harris gana, dirigirá desde un partido desorientado por el faccionalismo. Si Trump gana, se habrá impuesto otra vez como el candidato imposible enfrentado a las enormes fuerzas del ‘establecimiento’, inclusive el republicano, catapultado por el poder popular de familias de ‘Soccer Moms and Maga Husbands’ que dieron la pelea por un candidato que vieron como propio, en las elecciones más inciertas de la historia reciente de los Estados Unidos. Quien gane, será presidente de un país dividido sin reconciliación.