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O desde el optimismo…

Cada vez son más los sectores que han aprendido a escuchar menos el incendiario discurso del gobierno y a funcionar a pesar de sus ataques y ocurrencias.

17 de febrero de 2025 Por: Fernando Posada
Fernando Posada
Fernando Posada | Foto: El País

De crisis en crisis han pasado los últimos dos años en Colombia y cada uno de esos momentos –todos aparentemente peores que los anteriores– ha alcanzado el lado de mayor desesperanza de los críticos del gobierno en la política, el periodismo y la ciudadanía. Pero hay un lado de la tormenta que azota a la política nacional que puede ser fuente de optimismo, y no es otra cosa que el funcionamiento de instituciones en lo político y económico, desde el orden territorial hasta el más robusto nivel nacional.

Por supuesto que no hay forma de sentir la menor esperanza por el curso de los eventos, que muestran a un presidente que abandonó al país en medio de una gravísima crisis política y de orden público para viajar por el mundo a lanzar su retórica charlatana sobre la humanidad y sus teorías sobre las nubes digitales y el cambio climático. Sin embargo, este gesto, que define la mayor forma de desconexión con la difícil realidad de nuestra nación, no ha causado el daño que inicialmente muchos esperaban, sino todo lo contrario. Ante la ausencia del presidente en una hora tan crucial y compleja, desde la ciudadanía hemos visto la manera en que el país ha seguido funcionando en muchos de los frentes que más necesitan respuesta. Y esto no ha ocurrido precisamente por la llegada de decisiones acertadas, sino por cuenta de instituciones políticas y económicas que han demostrado la capacidad de sobrevivir en tiempos difíciles.

Cuando muchos temían que el dólar llegara a las nubes ante la crisis diplomática entre Petro y EE. UU., la realidad resultó ser distinta. Cada vez son más los sectores que han aprendido a escuchar menos el incendiario discurso del gobierno y a funcionar a pesar de sus ataques y ocurrencias. El esfuerzo de sectores como los gremios, la academia y las instituciones políticas ha permitido que el país siga marchando –a media marcha pero sin detenerse–, muy a pesar de la narrativa que amenaza con destruir tanto.

De fondo puede verse que durante los casi tres años de mandato petrista, el país ha entendido luego de tantos momentos de incertidumbre que lo que destruye no son los anuncios de un presidente experto en prometer, sino los hechos. Y ese campo es precisamente la mayor debilidad del gobierno Petro, desde una administración que será recordada durante décadas y siglos como una época de narrativas divisivas y llenas de rivalidades capaces de profundizar las heridas más dolorosas de la nación, pero a su vez incapaz de implementar la inmensa mayoría de sus reformas y promesas de campaña.

Los caóticos desaciertos del actual gobierno, que lejos de ser una sorpresa son el expreso cumplimiento de lo que prometió a sus electores, han llevado a que millones de críticos de ese proyecto sintamos profunda desesperanza y desconcierto. Pero también quienes más desconfiamos de las tesis petristas debemos reconocer con optimismo la manera admirable con que tantos sectores de la institucionalidad del país han resistido con entereza episodios tan destructivos como la propuesta de reescribir la Constitución del 91 y el desmonte del aparato productivo.

Quienes desde los valores democráticos han actuado en resistencia ante la charlatanería y el discurso divisivo del gobierno Petro deben saber que cada vez falta menos tiempo para el 7 de agosto de 2026 y que, si las profecías más pesimistas de algunos analistas no se cumplen, pronto vendrán días más amables y de discursos menos destructivos para la nación. Ya aguantamos la parte más larga.

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