Otra cumbre perdida
Todo fue la acostumbrada contradicción de los gobernantes latinoamericanos entre lo que se dice y se hace, mostrando las profundas divisiones que marcan las ideologías, el populismo y los totalitarismos que se apoyan en constituciones y regímenes basados en la fuerza y la represión.
Pese a su importancia como vehículo de unión, la VI Conferencia de la Comunidad de Países Latinoamericanos y Caribeños, Celac, desnudó de nuevo las razonas por las cuales América es hoy una de las regiones más divididas del mundo. Y más distante de lograr una conversación seria para encontrar la manera de enfrentar y solucionar los desafíos comunes a unos pueblos unidos por su aparente comunión cultural, histórica y de hermandad.
La cumbre se desarrolló entre el viernes y el domingo pasados en México. Su anfitrión y presidente, Manuel López Obrador, dio la bienvenida a sus huéspedes, algunos presidentes y jefes de Estado, y los cancilleres que se dieron cita. Su discurso inaugural estuvo dirigido a convocar a esa unión tan esquiva, esta vez adornada por la propuesta de crear en el continente un mecanismo similar a la Unión Europea, además de las consabidas condenas al bloqueo contra las dictaduras de Cuba y Venezuela y la proclama repetida del respeto a la soberanía.
No obstante, y en forma rápida, la reunión desnudó la desunión que existe entre quienes de distintas maneras gobiernan a Latinoamérica y el Caribe. Y se presentaron toda clase de debates, desde la condena enérgica a las dictaduras que imperan en Cuba, Venezuela y Nicaragua, presentada por los presidentes de las democracias que rigen en Paraguay y Uruguay, seguida por el rechazo a la presencia de Nicolás Maduro que fue respaldada por la delegación colombiana, hasta la reacción furiosa del heredero de la familia Castro en la isla caribeña o el discurso habitual del tirano venezolano.
Todo fue la acostumbrada contradicción de los gobernantes latinoamericanos entre lo que se dice y se hace, mostrando las profundas divisiones que marcan las ideologías, el populismo y los totalitarismos que se apoyan en constituciones y regímenes basados en la fuerza y la represión. Y aunque se expidió un documento final de 44 puntos, y se crearon cosas como una agencia espacial o un fondo de 15 millones de dólares para atender calamidades en los países miembros, o se volvió a criticar el papel de la OEA hasta proponer su liquidación, por ninguna parte apareció la decisión sincera de enfrentar y resolver los problemas que padecen los millones de latinoamericanos que representan a sus 18 países en el organismo.
Por alguna razón, la Celac sólo ha realizado seis de esas cumbres en sus 10 años de existencia. Las confrontaciones entre sus integrantes, la persistencia de los regímenes totalitarios en exigir respaldos contra las decisiones autónomas de los Estados Unidos que los involucran, contrastan siempre con la retórica que adorna las declaraciones finales que firman en cada ocasión.
La Celac debería ser la oportunidad de oro para convertir en realidad la unión que siempre se cita en sus proclamas. Infortunadamente, esta reunión en México como las anteriores solo ha servido para ratificar las profundas diferencias y los abismos que existen entre quienes pretenden imponer un socialismo trasnochado y nocivo en la región y las verdaderas necesidades de millones de personas que creen en la libertad y la democracia.
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