Aunque parezca lejano el año 2026, cada vez está más cerca el día en que los colombianos votaremos por el próximo gobierno. Será crucial que el país no repita los mismos errores de las elecciones pasadas y que los discursos de división se queden en el pasado.

Tal vez lo más importante que debemos aprender los colombianos del desgastante proceso creado por este gobierno es a desconfiar de los falsos profetas. Y eso requiere, por encima de todo, que dejemos de esperar la llegada de un salvador con discursos para responder a cada problema del país. Si algo podrá salvar a este país de sus numerosos retos es el camino de la institucionalidad y de la Constitución: todo lo contrario al personalismo que define al proyecto del presidente Petro (y a tantos que vinieron antes de él).

El aprendizaje de estos años debe ser claro para nuestro futuro. En la política no necesitamos más salvadores, ni ‘outsiders’ con respuestas mágicas: necesitamos, eso sí, elegir políticos que entiendan cómo funciona el Estado y sepan relacionarse con todas las instituciones en vez de dirigirse a ellas desde los ataques permanentes. Y necesitamos un liderazgo que en vez de llamar a protestas y plantones contra el Congreso y las Cortes (es decir, contra las otras dos ramas que representan contrapesos frente a su poder), sepa relacionarse con esas instituciones desde el respeto que exige la democracia.

Lo último que necesita el país es seguir creyendo en discursos de encierro y aislamiento del Ejecutivo, protagonista de absurdas peleas con toda la institucionalidad. En cambio, el respeto por una Constitución tan incluyente y liberal como la nuestra debe ser absoluto. Cuando pensemos en quién debe gobernar el país en el próximo periodo, el respeto por la Constitución y por todas las reglas de juego de la democracia debe ser un rasgo inaplazable. La propuesta de nuestro actual presidente de reescribir la carta política a su antojo, con la más preocupante falta de claridad, debe quedarse como un recuerdo para nunca más repetir.

Ya el país ha conocido el enorme desgaste que trae como consecuencia elegir un discurso de indignación pero sin soluciones, que está más interesado en dividir a la ciudadanía para su provecho político que en buscar caminos de reconciliación que hagan de este un país con una mejor convivencia. Por eso en 2026 debemos dejar de esperar la llegada de un salvador con la fórmula para salvarnos de todas nuestras tragedias. Esto solo nos llevará por un camino de división, desilusión y charlatanería.

El gran reto en 2026 será no volver a caer en las trampas de los discursos fáciles, ni en las palabras que solo profundizan la división y el odio. Es hora de pedir mejores liderazgos.

@fernandoposada_