Las primeras decisiones de Donald Trump indican que gobernará con la filosofía de ‘Promesas hechas, promesas cumplidas’, para materializar desde el primer día sus propuestas de campaña. Su agenda ‘Estados Unidos primero’ ha recibido críticas y apoyo, dependiendo de las posiciones políticas de la diversa población estadounidense y, en la arena mundial, de los intereses de cada país. Algunos frentes en los que ya comenzó a trabajar se relacionan con asuntos que son también prioritarios para América Latina, incluido Colombia.

Uno de ellos es la seguridad. En ese contexto, Trump abordó en sus primeras órdenes ejecutivas la migración ilegal o indocumentada a la que vincula con la inseguridad interna de ese país. Estas incluyen la declaración de una emergencia fronteriza nacional que traerá más control militar y tecnológico en la frontera con México; la deportación rápida de inmigrantes ilegales y la suspensión de ciertos programas de asilo. Así mismo, la designación de los carteles de la droga como organizaciones terroristas extranjeras, que permitirá recursos adicionales y acciones más severas contra estos grupos.

Estas acciones crearán presiones presupuestales en Latinoamérica para la asistencia a migrantes deportados y para aquellos en tránsito que queden estancados en distintos países; además de los efectos económicos por la posible caída en las significativas remesas que hoy existen. En cuanto al narcotráfico, aparecerán mayores desafíos en nuestras propias luchas contra los cárteles del delito transnacional que no se han podido desarticular y que podrían buscar nuevos métodos para enfrentar los controles más estrictos en el país del Norte. Pero también pueden existir nuevas oportunidades de cooperación con EE. UU. para prevenir y manejar la migración en nuestros países de origen y de tránsito; y para combatir el crimen organizado tanto con la acción policial y de Justicia más efectiva, como los programas de desarrollo para las regiones afectadas por el narcotráfico.

En un segundo frente, Trump adoptó medidas para frenar el gasto burocrático y reducir el costo de la energía, y frenar así la inflación que impacta a los ciudadanos en ese país. En ese marco, buscará que EE. UU. recupere liderazgo energético global; anunció la simplificación de permisos y cargas regulatorias en la producción de petróleo y gas natural; y retiró a EE. UU. del Acuerdo Climático de París, entre otras medidas. Esa ruta aumentará las tensiones con países comprometidos con la reducción de emisiones y frenará el desarrollo de tecnologías para energías limpias. Para Colombia, que ha adoptado la vía de la transición energética, surgirán dificultades en la cooperación ambiental que se había fortalecido; pero también podrían abrirse oportunidades en el acceso a importaciones de hidrocarburos si se materializan aquí los escenarios de insuficiencia de gas y combustibles que anuncian algunos expertos y si Trump logra su propósito de incrementar esas exportaciones desde EE. UU.

No puede dejar de mencionarse un tercer campo de medidas: los nuevos aranceles a importaciones y la revisión de acuerdos comerciales de EE. UU. En el caso de Colombia, las revisiones a nuestro TLC no serán prioritarias, toda vez que es una relación comercial en la que EE. UU. tiene una balanza más favorable que la nuestra. Pero si hubiera espacio de renegociación, sería una oportunidad para que nuestro Gobierno exija reglas que permitan que ese TLC contribuya al desarrollo económico de sectores claves de nuestra economía que todavía no acceden al mercado norteamericano por barreras de todo tipo.

El 20 de enero, Trump proclamó que para su país ‘la Edad de oro empieza hoy’. Para algunos, sus medidas son extremas o populistas; para otros son decisiones necesarias frente a problemas que han crecido; pero será vital que nuestros países identifiquen los desafíos y oportunidades de cooperación que traen los nuevos enfoques del Gobierno de ese país. Más allá del efecto de sus políticas, el mundo volverá a tener un EE. UU. activo en temas prioritarios de la agenda mundial, como país que exige resultados en los escenarios multilaterales afectados por la burocracia y la politización y como actor que hace contrapeso frente a otras potencias globales.