A nadie le conviene que el presidente inicie tantas peleas a diario y que la tarea de gobernar se convierta en una cascada de peleas diarias. El camino del desgaste y de la innecesaria división que ha iniciado el gobierno nacional se muestra cada vez más incompatible con el futuro de prosperidad con el que sueñan todos los colombianos. Ante la radicalización solo crece la incertidumbre.
Sobre todo porque la tarea de gobernar una nación consiste en gran parte en mostrar una hoja de ruta con claridad. Los gobernantes deben ofrecer respuestas que generen confianza ante las preguntas y temores de la ciudadanía. Y nada denota una mayor falta de claridad que la permanente capacidad de crear nuevos conflictos, así como la improvisación y el desorden que han caracterizado varias decisiones del gobierno. Con la falta de certeza y el pesimismo frente al futuro empiezan muchos de los problemas que golpean a la sociedad, la economía y el desarrollo del país.
Los electores que pidieron un cambio aplaudían muchas de las respuestas del presidente en los debates, pero eso está lejos de querer decir que lo eligieron para que todos los días desatara nuevas controversias, muchas de las cuales no llevan a nada. Los colombianos no pedían un gobierno de peleas diarias contra actores tan diversos como el congreso, los expresidentes, medios de comunicación y gobernantes del mundo entero, sino todo lo contrario: una agenda de diálogo y acuerdos capaces de construir una convivencia más próspera y armoniosa.
Claramente el gobierno tampoco gana con la radicalización del tono ni con el cierre constante de puertas ante cualquier diálogo interpartidista. Todos los sondeos de la opinión pública son claros en un punto: la ciudadanía cada vez apoya menos al gobierno nacional, a la luz de decisiones como las que rodean al sistema de salud y la política económica. Ha sido un profundo desgaste que parece no dar frutos ni buenas noticias para la población de todo el país. Y dentro de las filas de un gobierno que atribuye todas sus decisiones a la ambigua figura de “el pueblo” debería, cuando menos, llevar a plantear preguntas sobre por qué han alcanzado el 65% de desaprobación y apenas marcan el 29% en materia de aprobación. La respuesta, en gran parte, está en los muchos e innecesarios momentos de desgaste a los cuales el discurso del gobierno ha llevado al país.
La economía (entendida como el factor determinante para el bienestar de todos los habitantes del país) es una de las principales damnificadas del discurso de radicalismo e incertidumbre que en los meses recientes ha asumido el gobierno nacional. Cada día el discurso de la administración profundiza en la discordia frente al sector privado, la creación de riqueza y la inversión extranjera, lo cual está lejos de incentivar la consolidación de nuevos negocios en el país.
Nadie gana cuando un gobierno se radicaliza. El momento de estancamiento que vive la economía, la división y el pesimismo entre la sociedad, y la incertidumbre frente al futuro de muchas instituciones son todas señales de que la radicalización de un gobierno trae graves consecuencias para toda una nación. Ojalá el gobierno le dedicara a la construcción de acuerdos intersectoriales el mismo tiempo que dedica a las peleas cotidianas. Sería un gran paso para lograr un acuerdo nacional, que será muy difícil de alcanzar mientras el lenguaje sea el de la discordia y la división.