Columnistas
Salario mínimo e inflación
Así suene a herejía económica, la realidad es que el aumento de la inflación es una decisión de los empleadores, no de los trabajadores.
El aumento del salario mínimo es el malo del paseo en los análisis de los gremios y de muchos economistas. Los principales argumentos se repiten todos los años: que presiona la inflación, que fomenta el desempleo y la informalidad o que afecta la competitividad de las empresas. Desde la otra orilla, se argumenta que mayores salarios aumentan la capacidad de compra de los trabajadores y, por lo tanto, las ventas y la producción de las empresas, con lo cual se genera más empleo.
Como en la economía no hay verdades absolutas, ambos argumentos pueden ser ciertos o falsos, dependiendo de las circunstancias y, sobre todo, de la reacción de los demás agentes económicos.
En estos debates hay dos hechos que poco se mencionan, pero que son importantes para entender los efectos del salario mínimo. El primero es que, aunque se aceptara considerar el trabajo como una mercancía cuyo precio es el salario, por lo cual su aumento lleva a que disminuya la demanda de trabajo y aumente el desempleo, y también se aceptara que el aumento del salario genera inflación, no es factible que tenga los dos efectos al mismo tiempo.
Si los mayores salarios se transmiten a los precios, hay inflación, pero la relación costo laboral sobre ingresos no se modifica, los empresarios mantienen sus márgenes y no necesitan despedir trabajadores. Por el contrario, si el mercado no les permite subir los precios y para mantener sus utilidades necesitarán reducir el costo laboral, podría haber desempleo, pero no inflación. Uno u otro, pero no impacto sobre la inflación y el empleo simultáneamente.
El segundo hecho, es que la subida de los precios no es una consecuencia automática del aumento salarial, sino que es una decisión de los empresarios. Así suene a herejía económica, la realidad es que el aumento de la inflación es una decisión de los empleadores, no de los trabajadores.
En efecto, la inflación se produce cuando los empresarios, a los que les aumentaron los costos laborales, deciden transmitir el mayor costo a sus precios de venta para mantener su margen de ganancia. Podrían no hacerlo y no habría inflación, pero a costa de menores utilidades. No es que sean malas personas o explotadores, así como los trabajadores tampoco son malos cuando presionan por el alza de sus salarios; ambos son agentes racionales que buscan su beneficio de acuerdo a las reglas del sistema económico.
Lo que muestran estos hechos es que la negociación salarial es el mejor ejemplo de lo que Raúl Prebisch llamaba la Pugna Distributiva, es decir, la pelea por ver qué grupo social se apropia de una mayor tajada del ingreso nacional. Cuando el salario mínimo sube varios puntos por encima de la inflación, como en los dos últimos años, los trabajadores logran capturar una mayor parte; pero este comportamiento reciente solo compensa un poquito la tendencia de largo plazo de pérdida de participación del salario mínimo en la producción nacional.
Un indicador de esta tendencia es la relación entre el salario mínimo y el PIB per cápita (es decir, la producción de la economía que en promedio le corresponde a cada individuo). En 1983, el primero equivalía al 79 % del segundo, mientras en el 2022, esta relación se había reducido a 42,2 %. En una próxima columna volveré sobre esta tendencia que incide en la gran desigualdad de la sociedad colombiana.