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Apulia, una joya al lado del mar

En nuestras maletas de regreso guardamos enseñanzas valiosas que nos ayudan a apreciar la historia...

12 de enero de 2025 Por: Claudia Blum
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Claudia Blum

Para celebrar un cumpleaños muy especial y recibir el nuevo año en familia, escogimos recorrer Apulia o Puglia, región que forma el talón de la “bota” de Italia. El viaje por tierra nos permitió disfrutar en detalle el encanto de sus pueblos blanqueados en las colinas, sus cultivos centenarios para la producción de aceite de oliva y vino, la respetuosa conservación de su patrimonio histórico y cultural, además de cientos de kilómetros de costa mediterránea que se extienden a lo largo del mar Adriático y el mar Jónico. Una región plena de vitalidad que nos sedujo por la riqueza de su historia, que se remonta a la época prerromana, habitada antiguamente por pueblos como los daunios, peucetios y mesapios.

Luego de aterrizar en el aeropuerto de Brindisi, donde el mar es de ensueño, Mario y Davide —nuestros excelentes conductores— nos situaron en el corazón de Lecee, conocida como la “Florencia del sur”, obra maestra del barroco donde cada plaza y cada calle cuenta su historia. Con un extraordinario guía local, empezamos nuestro fascinante itinerario. Para iniciar, la riqueza y la belleza arquitectónica hacen vibrar al visitante frente a la fachada llena de bajorrelieves, columnas y capiteles de la Basílica barroca de Santa Croce con interior ricamente decorado. Es imposible no sentir allí la emoción profunda que despierta la conjunción de hermosura e historia.

Cita obligada es el anfiteatro romano en la Piazza San Oronzo, descubierto en el siglo XX, con capacidad para más de 12.000 personas. Impensable dejar de degustar en el camino un pasticciotto leccese con un café caliente, antes de recorrer a pie el centro histórico de Galatina, uno de los lugares más bellos y mejor conservados con su espléndida Basílica Santa Caterina D’Alessandria, llena de frescos de historias bíblicas. En la pequeña capilla de San Paolo, entre mito y leyenda, es posible revivir los testimonios del culto al tarantismo, enfermedad que contraían las mujeres picadas por una tarántula y de la que se curaban bailando sin descanso la Tarantella hasta quedar extenuadas. En Otranto, un novelesco castillo aragonés llamó nuestra atención porque inspiró a Horace Walpone a escribir la primera novela de terror, quizá por el terrible sacrificio de 800 cristianos en la ciudad.

En la ruta hacia Borgo Egnazia, un hotel que recrea el ambiente de un poblado típico rodeado de olivos milenarios, visitamos Ostuni, atrayente ciudad blanca de casas pintadas de cal desde la Edad Media para dar luz a los callejones. Una experiencia agradable fue pasear por Locorotodo, un tranquilo pueblo repleto de hermosos rincones, balcones de hierro forjado atestados de flores, puertas pintadas de colores, escalinatas de piedra y ropas tendidas al sol. Más adelante llegamos a Alberobello con sus 1500 ‘trulli’, chozas de piedra de tejados cónicos que le dan un aire de cuento de hadas como si de ellas salieran fuerzas místicas o sobrenaturales. Esta pequeña ciudad ha sido reconocida como valor universal excepcional por la UNESCO.

Al día siguiente visitamos Gravina di Puglia, una ciudad atravesada por un profundo barranco creado por el río Gravina, lugar habitado desde tiempos prehistóricos. Se destacan el Puente y el Acueducto della Stella, construidos en el siglo XVIII, que tienen una doble función: cruzar el barranco y llevar agua hasta la ciudad. Otra ciudad UNESCO es Matera, para mí de las más interesantes y famosa por sus ‘Sassi’, antiguas viviendas excavadas en la montaña rocosa donde hasta los años 50 del siglo XX vivió gente que, por condiciones de insalubridad, debió instalarse en barrios modernos. Una joya excepcional parecida a un Belén en pequeño que ha servido de escenario a películas como La pasión de Cristo y El evangelio según san Mateo. No podíamos dejar de conocer Bari, la capital de Apulia, vibrante ciudad universitaria y portuaria, rica en arte y tradición culinaria: sus orecchiette, pasta en forma de pequeñas orejas, y la deliciosa focaccia con tomates cherry y aceitunas son platillos obligados. Allí también se sobrecoge el espíritu ante la Basílica de San Nicolás de estilo románico, donde reposan las reliquias del santo. En un atardecer esplendoroso de colores rosados y naranjas visitamos el Castel del Monte del siglo XIII, notorio por su diseño octogonal, también Patrimonio de la Humanidad.

Y para cerrar con broche de oro este sinigual viaje familiar, estuvimos en el viñedo Terra di San Vito donde Giovanni, dueño de la finca, nos acompañó en el recorrido y nos contó al paso la filosofía detrás del cultivo de la uva. Nos despedimos de él con una cata de vinos Primitivo, Negroamaro, Rosato di Puglia, y la degustación de exquisitos manjares como focaccia, pomodori, salame extra, quesos locales, mermeladas y el gustoso aceite de oliva extravirgen producido allí. Por último, nos sumergimos en las Cuevas de la Castellana, experiencia de un mundo subterráneo asombroso. Caminamos tres kilómetros por pasadizos y cámaras ubicadas a 70 metros bajo tierra y dominadas por hileras de estalactitas que cuelgan como agujas gigantes, con paredes de cristal, lagos subterráneos y enormes estalagmitas que se elevan desde el suelo. Este sitio fue descubierto en el siglo XVIII y en 1938 dos espeleólogos, estudiosos de la formación de las cavernas, excavaron hasta llegar a la Grotta Bianca, la composición más natural y original jamás vista.

Muchas imágenes, sensaciones, sabores, aromas y emociones se quedaron en nosotros y hacen parte ya de nuestras vidas. Cómo no atesorar nuestros recorridos diarios por una región que sorprende al caminante por su colorido, por la transparencia de su luz, por la riqueza agrícola con toda clase de hortalizas y enormes extensiones de cultivos de olivos, algunos con más de mil años de historia, que producen el mejor aceite de Italia.

Al ritmo de castañuelas, tambores y el canto de la tradicional Tarantela, nos despedimos de la hermosa Apulia. En nuestras maletas de regreso guardamos enseñanzas valiosas que nos ayudan a apreciar la historia y a entender cómo las diferentes civilizaciones han contribuido a la cultura y el patrimonio de la región. Su belleza nos enseñó a valorar más el medio ambiente y a disfrutar de la simplicidad y serenidad que ofrece la naturaleza. Nos mostró la diversidad cultural con sus tradiciones, su gastronomía basada en ingredientes frescos y locales para una alimentación saludable. Nos señaló la importancia de conservar las obras arquitectónicas que hablan del pasado. Pero, ante todo, nos ofreció la calidez, hospitalidad y amabilidad de sus gentes, quienes nos enseñaron el valor de la comunidad y la importancia de las relaciones humanas. Experiencias que se conservarán intactas y que nos evocarán siempre un lugar donde la felicidad es posible en cada rincón y en cada instante.

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