Cuando Erik el Rojo y su padre dejaron Noruega para aventurarse al noreste por el Mar del Norte, más allá de Islandia, no imaginaron encontrar la isla más grande del mundo. La llamaron Greenland, Tierra Verde, no porque lo fuera, pero era un nombre atractivo para que otros expedicionarios se atrevieran a ir. No solo colonizaron ‘Groenlandia’ sino que atravesaron el Mar Labrador y descendieron por la Costa Este norteamericana.
Era el año 983 de la Era Cristina y hacía buen clima gracias al Período de Calentamiento Medieval, lo que posibilitó la travesía. Al llegar la Pequeña Era de Hielo en el año 1300, el frío azotó sin clemencia a los países nórdicos, haciendo imposible la navegación hacia Islandia y Groenlandia, perdiendo la mitad de su población. Fue a partir de 1750, cuando inicia la actual era de calentamiento, que la gigantesca isla se volvería a poblar y florecer.
A poblarse es un decir, pues lo habitan 56.865 personas, pero sí se volvería estratégica. Si se mira el globo terráqueo desde el Ártico, se aprecia su cercanía con Europa y Rusia. Estados Unidos ya había comprado Alaska a Rusia en 1867, sacando al país asiático del continente. Desde entonces ha tenido en la mira a Groenlandia, más desde la invasión Nazi a Svalbard en la Segunda Guerra Mundial, una pequeña isla noruega, en el Ártico.
No debe sorprender el anunciado interés de Trump en comprar Groenlandia, pues ya lo había planteado en su primer gobierno. Además, no ha sido el único en considerarlo e intentarlo. Fue el caso de Andrew Johnson (1865-1869), William Howard (1909-1913), Franklin D. Roosevelt (1933-1945) y el general Dwight Eisenhower (1953-1961). Es una zona estratégica en materia de seguridad y más hoy con Putin respirándole en el Ártico.
Pero, el interés estadounidense en Groenlandia no solo obedece a un control territorial y militar en el círculo polar ártico, sino, a sus recursos naturales. Por lo explorado se sabe de su riqueza en carbón y cryolite, clasificado este como un mineral de tierra raro, relevante para la fabricación de aviones militares en Canadá y Estados Unidos. Si bien a la fecha no se han extraído hidrocarburos de la isla, pareciera tiene importantes reservas.
El Servicio Geológico de Estados Unidos estima que puede haber bajo tierra 17,5 billones de barriles de petróleo y 148 millones de pies cúbicos de gas natural. Un potosí. Sin embargo, el gobierno de centro-izquierda de la isla suspendió la exploración por cuenta de su política de cambio climático. Groenlandia es parte del Reino de Dinamarca, pero cuenta con un gobierno autónomo y cuando lo decida puede declarar su independencia.
Para Trump es clave la seguridad nacional y energética. De ahí la decisión de impulsar la extracción de petróleo y gas. Estados Unidos es el principal productor de ambos y es autosuficiente en gas más no en petróleo y, le debe preocupar el creciente control de China en el procesamiento de minerales indispensables para las energías renovables. La perspectiva de depender del país asiático en esta materia no lo debe entusiasmar.
El estilo con el que dice las cosas el recién posesionado Presidente de Estados Unidos no siempre es el más amable y algunos de sus anuncios requieren de cuidadoso análisis. La compra de Groenlandia es, sin embargo, una aspiración entendible que encaja en su objetivo de controlar zonas e infraestructura estratégica. Que lo logre es otra cosa, pues no pareciera estar en venta. Dependerá en parte de lo que quieran los pocos habitantes de la isla, y cómo sopesen su ancestro vikingo, sensibilidad ambiental y seguridad hemisférica.