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¿Las conductas antisociales adolescentes persisten en la edad adulta?
Este es un gran interrogante para padres y educadores.
Cuando un joven manifiesta en su niñez o en su adolescencia conductas que riñen con las normas sociales (incorregibilidad, agresividad, mentiras, robos), la tendencia es a pensar que tales comportamientos pueden ser la antesala de un adulto antisocial.
El estudio Dunedin, que ya completó 50 años, es una evidencia objetiva de cómo evolucionan los trastornos mentales y físicos con el paso de los años y ha permitido una visión más positiva al respecto del tema. Desde su inicio, a comienzos de los años 70, cuando 1037 individuos nacidos en Dunedin, Nueva Zelanda, fueron reclutados para participar en un estudio longitudinal y prospectivo, sus investigadores han recogido invaluable información sobre factores genéticos, ambientales y sociales que influyen en la salud física y mental a lo largo de la vida.
Uno de los muchos análisis* que se han realizado utilizando los valiosos datos de este estudio ha identificado dos grupos de participantes con patrones antisociales de conducta durante la adolescencia:
Grupo 1. Los adolescentes que sufrían de un trastorno antisocial que persistía a lo largo de la vida. En este grupo se encontraron con mayor frecuencia que en el segundo grupo: problemas neurológicos, ambientes de deprivación y sometimiento a situaciones de abuso.
Grupo 2. Este grupo estaba compuesto por adolescentes que manifestaban conductas antisociales que se limitaban a la adolescencia y que desaparecían al llegar a la adultez. Los investigadores encontraron como factores asociados a esa propicia evolución: una mayor maduración cerebral, ciertos cambios favorables en las responsabilidades que se les asignaron y la influencia de entornos más positivos.
El estudio concluye que algunas de las circunstancias que más ayudan a que los adolescentes no desarrollen un trastorno de personalidad antisocial en la etapa adulta, incluyen un mayor control de impulsos y una mejor toma de decisiones. Dichas circunstancias parecen estar asociadas a un desarrollo más completo del lóbulo frontal del cerebro.
A lo anterior se suman circunstancias estabilizadoras, tales como aspectos laborales favorables, relaciones positivas más constantes, entornos que brindan estabilidad, acceso a una buena educación y un mayor apoyo familiar y social. Todo parece indicar que la sumatoria de varias de estas circunstancias ayuda a combatir los rasgos antisociales en la etapa adulta.
Gracias a los resultados de este estudio, y a múltiples observaciones clínicas, podemos ser más optimistas al respecto de los rasgos problemáticos adolescentes, por desafiantes que sean. Las conductas antisociales de la juventud pueden ser temporales y modificarse gracias a una espera compasiva, a unas intervenciones consistentes de afecto, acompañamiento y, en especial, a la imposición de límites consistentes.
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