Columnistas
Me miré al espejo
Las mamás nunca se mueren, se alejan a otra dimensión, pero nos siguen cuidando.

“El otro día me miré en un espejo y vi a mi madre. En mis ojos descubrí su mirada. Hace años que murió y cuantos más años cumplo más la veo en mí, se me ocurrió escribir algo sobre esto.
Yo pensaba que mi madre estaba en una tumba fría y la he encontrado en mis ojos. Llevo su boca en la mía.
Mis andares son los suyos, mis gestos y mi mirada. Si me dirijo, utilizo sus palabras.
Todo lo que ella decía lo digo sin darme cuenta. Toso como ella tosía, gasto las bromas de ella. Las madres no se van nunca, se quedan en los espejos a observar cómo sus hijos se les van haciendo viejos…”.
No sé quién lo escribió, me lo envió mi hermana y todo lo que dice es cierto. Las mamás nunca se mueren, se alejan a otra dimensión, pero nos siguen cuidando. Yo lo siento así y me acompaña en esta edad en que el cuerpo envejece, pero el alma no, y veo a mis hijos madurar y a los nietos que ya no son bebes, sino universitarios adultos.
El Círculo de La Vida, cada vez que escucho esa canción del Rey León se me salen las lágrimas. Ese círculo eterno, continuo, imparable, cuántas mujeres, miles y miles existieron para que llegara mi turno y el de mi tribu, y seguirá.
Nunca sabré el origen, pero existieron y permitieron que conociera este planeta azul, disfrutara sus atardeceres, recibiera el calor del sol, me extasiara con las estrellas, abrazara los árboles, acariciara los pétalos de las flores.
Recuerdo cuando era niña en las montañas de San Antonio, ese bosque de niebla misterioso y único, me dijeron que los pájaros dañaban los carboneros. Me inventé un disfraz de espantapájaros, una malla negra, los calzones y la franela por fuera, me pinté la cara de negro y engominé el pelo hacia arriba, como púas. Agarre un palo y me lo puse en forma de cruz, con los brazos extendidos, de pie horas al lado de esos árboles, con sus florecitas como hilitos rojos que me fascinan. Los pájaros no se acercaban y solo dejaba mi postura inmóvil cuando me gritaban por enésima vez que era hora de almorzar y que me iba a quedar momificada en ese frío, que ningún pájaro dañaba esos árboles. Días después accedí a bañarme, dejar el palo, lavarme la cabeza, vestirme, y volví a jugar y montar a caballo.
Trato en lo posible de vivir el día y agradecer cada mañana que me regala otro, a sabiendas de que solo soy un instante en el universo, espero seguir mirando a hijos, nietos, bisnietos, desde otra dimensión. Nunca los dejaré y seré testigo mudo de ver algo mío en ellos: gestos, malas palabras, carcajadas. ¿Por qué no?
Posdata. Felicitaciones de nuevo a la Clínica Valle del Lili reconocida como la mejor de Latinoamérica. En estos días vengo a diario mientras mi hermana, mi ‘meje’, mi polo a tierra, se recupera. Camino sus corredores, veo como todo funciona, me siento en mi hogar. La vi nacer desde la casona frente al río, ¡es también parte de mí!
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