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¡Se necesita la frustración!

En busca de la plenitud, cada día somos más adictos a encontrarla y entre más se busca más se desvanece, olvidando un principio básico: no existe placer sin dolor...

11 de marzo de 2025 Por: Gloria H.
Gloria H.
Gloria H. | Foto: El País.

En busca de la felicidad, a los humanos se nos olvidó nuestra condición de humanos, lo que en plata blanca significa que nos creímos el cuento de que se podía vivir en un paraíso, en un mundo perfecto sin dificultades. El progreso y la evolución nos llevarían a ese escenario. Entonces, en aras de la plenitud, cualquier inconveniente, cualquier traspié o situación compleja, nos toma por sorpresa, nos parece injusto. ‘¿Por qué a mí?’, no lo merezco y el miedo y desesperanza nos invaden.

¿Cómo suprimirlo? Los medicamentos son una excelente herramienta moderna para continuar zambullidos en esa falsa fantasía de plenitud. No debe ser casualidad el aumento de la enfermedad mental, lo que significa la vulnerabilidad con la que se enfrenta la cotidianidad. ¿Por qué la cantidad de enfermos en centros de salud? ¿Por qué la cantidad de ansiedad y angustia? ¿El mundo se puso ‘peor’ o somos nosotros los que ya no resistimos?

No debemos extrañar, entonces, que cada día crezca más la generación de niños y jóvenes vulnerables porque no fueron educados para el mundo real, sino para el mundo de la fantasía. Un mundo sin dificultades, un mundo feliz. Nos creímos la idea de que se podía vivir sin contratiempos, que existe una situación, oficio, herramienta o persona, capaz de hacernos plenamente felices.

Podríamos hablar entonces de la falacia de la felicidad, lo que, paradójicamente, enferma más porque nuestro cerebro no puede vivir sin un mínimo de dificultad o frustración. El exceso de dopamina enferma y hay necesidad biológica de equilibrar buscando el dolor.

Por ello, educando a hijos o hijas, buscamos que no sufran, lo que nos lleva compulsivamente a evitarles angustias. Como si usted decidiera darles la comida en forma de papilla para evitarles el desgaste de tener que mascar. Claro, para algunos, ¡qué maravilla!, comen sin dificultades. Pero… perdieron la fuerza de las mandíbulas y no están preparados para los imprevistos. No saben ‘masticar’ dificultades porque en busca de la felicidad se les eliminó el sufrimiento. ¿Ganaron o perdieron? Más débiles, más vulnerables, no podrán existir sin una licuadora o una mamá que les haga su papilla diaria.

Vendieron la idea de que se podía vivir sin problemas, ‘todo se puede’: los inconvenientes y errores son monstruos por derrotar. La creencia es que si cumples ciertos protocolos alcanzas la felicidad… pero, ¡no resulta! En busca de la plenitud, cada día somos más adictos a encontrarla y entre más se busca más se desvanece, olvidando un principio básico: no existe placer sin dolor, felicidad sin sufrimiento, vida sin muerte… por lo tanto, no puede haber felicidad sin frustración.

De allí que las adicciones sean la búsqueda compulsiva de evitación del dolor. Pero entre más la busco más esquiva se vuelve. Y cada momento de supuesta felicidad se vuelve diminuto y lo único que sobrevive es la angustia, la desesperanza, es decir, el dolor. ¿Cómo ‘inyectar’ frustración? ¿Cómo diferenciar entre atropello, injusticia y la ‘normal’ frustración de la existencia?

La gran paradoja es que la búsqueda desbocada de felicidad nos vuelve adictos y cada vez más el nivel de satisfacción de lo agradable se vuelve inalcanzable. Entre más deseo, menos consigo. El sufrimiento, la frustración, es lo único que ayudan a poner los pies en la tierra en busca del equilibrio. La paradoja de la existencia o el engaño de la cultura, usted escoge.

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