Columnistas
No más mentiras y agresividad
Las acciones y discursos han estado encaminados a polarizar y dividir para cosechar en el caos.
El 2024 se caracterizó por un discurso presidencial con verdades a medias y mentiras, combinadas con mucha agresividad. Además, se usaron recursos públicos para pagar a ‘influencers’ ideologizados quienes, en su gran mayoría, tendieron a desinformar con mentiras y verdades a medias, además de agredir a quienes osaban discrepar con el Presidente y sus políticas. Su ‘gran labor’ era servir de caja de resonancia a los mensajes del presidente, minimizando lo malo y exagerando lo bueno, como si las palabras y la agresividad del mandatario fueran la verdad revelada y el inicio del verdadero progreso.
Las acciones y discursos han estado encaminados a polarizar y dividir para cosechar en el caos. El progresismo, digámoslo sin tapujos, se nutre de la pobreza y el caos. Por eso, no le interesan unas finanzas públicas balanceadas, un sector privado fuerte y próspero, una clase media vigorosa y, por supuesto, sembrar para cosechar. Quiere ordeñar al Estado, sin consideración ni recato, hasta dejarlo lánguido, empobreciendo a todos los colombianos.
Al progresismo le interesan los cargos públicos, la burocracia, los subsidios monetarios rápidos que compran conciencias, la deuda desbordada y las regiones con alta delincuencia y narcotráfico para sembrar más caos y cosechar votos. No le interesan la paz, los estudiantes, los compradores de vivienda de bajos recursos, los pacientes, los pensionados y, mucho menos, los pobres o la clase media. Por eso, el Gobierno es indiferente ante la crisis de orden público, desfinanció el Icetex, eliminó el programa Mi Casa Ya, aumentó la unidad por capitación de manera ínfima y antitécnica, y adelantó una reforma pensional financieramente inviable. En el fondo, su objetivo es reducir la clase media y hacer que los pobres sean aún más pobres.
Se apoya en el discurso de la lucha contra la desigualdad, para lo cual o miente o dice verdades a medias. Petro no quiere que los pobres superen la pobreza, pues no la combate con herramientas financieras y económicas adecuadas basadas en el libre mercado y la libertad individual. En su lugar, pretende que los ricos dejen de ser ricos y que todos los colombianos sean aún más pobres para perpetuarse en el poder.
A todo aquel que osa contradecirlo lo tilda de antidemocrático, fascista, sectario y esclavista de forma agresiva y falaz. Además, inventa supuestos golpes de Estado y afirma que el Congreso no lo deja gobernar. Defiende la democracia y las instituciones cuando le favorecen, pero las desacredita y las califica de antidemocráticas cuando no sirven a sus intereses. Cree que haber ganado una elección -además, por un margen reducido- le otorga el derecho a hacer lo que le plazca.
La gran pregunta es si estas acciones son improvisadas o si forman parte de una estrategia bien diseñada para mantenerse en el poder. Muchos analistas, entre los que me incluyo, pensamos que todo lo que hace el Gobierno y su maquinaria de propaganda responde a las más oscuras intenciones, pues está más enfocado en las elecciones de 2026 que en el bienestar del pueblo.
Así será difícil que a Colombia le vaya bien en 2025. El llamado al Gobierno es a cambiar el discurso, dejando de lado la agresividad y la mentira.