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No te llamas
Llaman al Búfalo, cuyo tono de voz debe ser el de un bajo, pero este no habla, solo gruñe.
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“Hoy no encuentro para nada el color de tu voz, el ronquito, y creo que has abandonado los melismas que hacen de tu imitación algo que pueda parecer perfecto. En cuanto al aspecto tímbrico, observo que has perdido también el golpe glótico y si continúas así, sin abrir suficientemente las áes, las óes, quedarás de escuela, la que debes atender con mucha disciplina querido, pues esto no se parece en nada a esos shows que hacías en el Transmilenio”.
El joven, que para la ocasión se ha empolvado la cara para parecerse a su ídolo, siente cómo corren algunas gotas de sudor rostro abajo, y el Maybelline de las cejas se le despinta hasta dejarlo en una expresión dramática.
“Muchas gracias”, dice, “acepto que me traicionaron los nervios, mira cómo me tiemblan las manos, pero prometo que voy a mejorar…”.
El hombre se introduce en un túnel oscuro donde al final lo esperan con abrazos compasivos sus compañeros de escena, y repite mentalmente que debe mejorar la dicción, el fraseo y el parafraseo, la naturalidad en el canto y el robateo.
Cuando regresa, al final de su interpretación que, la verdad sea dicha, ha sido excelente, recibe una descarga académica: “Recuerda que la voz está dotada de seis cualidades acústicas: timbre, volumen, tono, duración, velocidad y ritmo… Si le atinas al menos al 50 % de las mismas, estás salvado”. La diva mira con fingida rabia al que acaba de presentar semejante dictamen, y le pregunta: “¿Crees que alcanzó ese porcentaje? No, por el contrario, pienso que estuvo mejor. Yo le daría un setenta por ciento...”, a lo que la diva quiere, ahora, sí, matarlo con la mirada.
El joven se somete entonces a la instrucción de una experta en formación de cantantes y ella le critica su ‘tiesura’ en el escenario: “Parece que tienes un polo a tierra en el coxis; debes moverte más, a ver, de izquierda a derecha, de izquierda a derecha, como en un vals, pero conservando tu sabor propio, sonríe, invita al público a que te acompañe, no seas excesivamente huraño y aunque no tengas un micrófono vertical, toca las maracas…”.
El joven se rasca la cabeza y anota que no será posible tocar las maracas, a no ser que las ponga en el suelo, pues está dotado con un micrófono de mano.
“Debes ensayar el paso en el escenario, perder la timidez, y si tienes que decir qué es lo que pasa camaleón, deja la envidia que me tienes, debes decirlo con todas las letras, como si en verdad tuviera al frente a un desgraciado que se cree mejor que tú… Así, mira, observa mis pies, tarso, metatarso, tarso, metatarso…”.
Ya resignado, asiente a todo lo que le dice la instructora, la cual le recuerda que su tesitura no es de tenor, de bajo ni de barítono, sino de contralto, algo que de verdad alguien le había dicho en el Transmilenio con ruta a Suba.
Llaman al Búfalo, cuyo tono de voz debe ser el de un bajo, pero este no habla, solo gruñe. Mira de frente al infeliz proyecto de cantante, lo arrodilla con la mirada, pero sigue de largo, lo que le devuelve el aliento al ‘yomellamo’ apenas por unos segundos, antes que el Búfalo haga el ademán de regresar. Pero Búfalo realmente descarta a Celia Cruz, la misma que para convencer al jurado grita estentóreamente: “¡azúcar, azúcar, azúcar!”
A la tercera oportunidad, piensa que hubiera sido mejor vender seguros o jarabe Mieltertos puerta a puerta, pues recibe otra lección inolvidable: “Creo que estuviste tímido en el falsete, porque aunque tu voz es grave y en ocasiones alcanza una tercera octava, nos desconciertas con ese registro de silbido que se alarga hasta una décima octava. Para una próxima oportunidad, si la tienes, mantente en seis octavas, que es tu voz de pecho, porque de otra manera no vas a lograr ese ronquito que estamos esperando, y que tanta gracia nos dio en tu debut”.
El hombre se despide en medio de una ovación y tiene algo seguro: llegará a casa a preguntarle a un diccionario qué es un melisma y a qué diablos se refiere la diva cuando cita ‘el golpe glótico’.
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