Columnistas
Un trabajo urgente
El debate sobre la inteligencia artificial generativa...
El debate sobre la inteligencia artificial generativa, IAG, no debería estar en ver si vuelve superfluas las universidades, pues haría innecesario educar a la gente en oficios que pueden ser hechos por ella, sino en crear un ambiente académico a su alrededor para que las universidades sigan cumpliendo como desde hace mil años la función de crear, atesorar y transmitir conocimientos con el concurso de ese instrumento tan poderoso. No es una amenaza, sino la puerta abierta para que las universidades que han sido siempre centros de generación de conocimiento multipliquen y amplíen de forma extraordinaria su trabajo.
El uso de computadores para procesar, organizar y difundir gran cantidad de datos es como la adolescencia de la inteligencia artificial. Nace de la necesidad de hacer grandes cosas. Dos episodios que definieron el Siglo XX están detrás de ellos: uno bélico, el Proyecto Manhattan que llevó a la fabricación de la bomba atómica en 1945 y otro pacífico, la llegada del hombre a la luna en 1969. Ambos desataron un avance sin precedentes en investigaciones científicas con extraordinarias aplicaciones prácticas de alta tecnología que hoy son parte de nuestra vida cotidiana. Los sistemas acopiaban grandes cantidades de información, el hombre decidía qué hacer con ella.
La IAG es otra cosa, procesa la información y genera conocimiento de la misma manera que la mente humana. Es un descubrimiento que define nuestro tiempo, como el hierro, o la imprenta, o la máquina de vapor definieron otros, puesto que es nada menos que haber creado un mecanismo que piensa. Como la fisión nuclear o la conquista del espacio, puede ser usado para bien o para mal, lo cual depende de que la sociedad cree y acepte unos códigos éticos y legales rigurosos para su uso, en todos los campos de la ciencia.
La discusión universitaria tiende a concentrarse en el cambio de rol del profesor y en los límites del uso de la IAG por los alumnos. Es evidente que la manera de enseñar ya ha venido cambiando radicalmente puesto que la información, que era de alguna manera un monopolio del profesor, desde hace años está disponible en las redes. Sin embargo, aunque ahora la IAG le puede hacer todo el trabajo al alumno, el papel orientador del profesor sigue teniendo vigencia.
Lo importante es que los alumnos le hagan a la IAG las preguntas correctas y tengan capacidad para evaluar las respuestas, guiados por el profesor. La IAG como la inteligencia humana responde sobre la base de la información que le haya sido proporcionada. Si la información es errónea o incompleta así mismo será su respuesta. Además, sería muy conveniente que el alumno informara al profesor la fuente de su información para no convertirlo en un detective cazador de plagios. Pero eso son temas de administración académica.
La imaginación humana, su capacidad de crear ciencia y belleza, nunca será igualada por la IAG. Sin embargo, en las fronteras del conocimiento, en las profundidades de las manipulaciones biológicas, genéticas o políticas se agazapa un gran peligro. El punto central es que los límites de esos desarrollos deben ser fijados por la ética y la ley, un trabajo urgente que está por hacerse y que es tan importante como la IAG misma.
* Rector de la Universidad del Valle.