Columnistas
El amigo de las cabalgatas
Su afición por los equinos lo llevó a dedicarle buena parte de su tiempo a, entre otras cosas, organizar las cabalgatas de la carretera al mar...

Celebra, o mejor, conmemora sus primeros 90 abriles, un personaje bien singular, querido por muchos y admirado por todos. Se trata de un arquitecto que se especializó en construcciones colonial-españolas tanto de sedes empresariales (Asocaña, Publicar) como de edificios, residencias, fincas y haciendas, cuya lista coparía esta columna.
Baste con decir que todas sus obras tienen su sello característico que fue copiado por algunos colegas de aquí y del exterior.
Sin embargo, su afición por los equinos lo llevó a dedicarle buena parte de su tiempo a, entre otras cosas, organizar las cabalgatas de la carretera al mar que se realizaron por más de cuarenta años y en las que alcanzaron a participar al menos tres generaciones -padres, hijos y nietos-.
Convertidas en toda una institución e infaltables en los veraneos, eran esperadas con entusiasmo y alegría porque se trataba de unos encuentros sabatinos en los que previa cita telefónica, se reunían 25, 40 y hasta 60 jinetes y jinetas (si así se dice) que realizaban amables periplos por las goteras de Cali y que remataban en las orillas de las quebradas cuando no en improvisados restauranticos con suculentos sancochos de gallina que pagaban cada uno de los participantes.
En esos trayectos que llevaban a El Carmen, Pichindé, El Queremal, Dapa, La Cumbre y Bitaco, entre otros destinos, se conversaba, se entonaban viejas canciones (‘Yo soy la muchacha del circo’), se echaban cuentos de flaco calibre habida cuenta la presencia de señoras muy enseñoradas y de bellísimas amazonas impúberes, amén de las rimas improvisadas de Octavio Gaviria y las poéticas acuarelas de Mario Efe, cuyos recuerdos me hacen lagrimear en este instante.
Todo ello dentro de un ambiente pletórico de afabilidad y queredura, acompañado por unos aguardientes a pico de botella que se ingestaban en unas paradas que denominaban ‘sombras’, aunque a algunos y a algunas se les iba la mano, sin que jamás se hubieran presentado peleas y menos coscorrones y trompadas. Nostalgia de esos días en que no había escoltas ni escopetas así fueran de fisto.
Fue tal el auge de estas cabalgatas que nuestro amigo, amigo de verdad, junto con otros chicludos, organizó paseos similares en España, Estados Unidos, Chile y Argentina con un éxito total.
Y hoy a sus nueve décadas, este ‘manizalita’ egresado de la Universidad Nacional, afincado en Cali, padre de tres hijas y abuelo de cinco nietos, con su bella finca Rincón Hondo en Nieves Abajo, lector insaciable preferiblemente de libros en francés, Jorge o mejor Jorgito Collazos -habida cuenta su gran estatura humana- saluda al mundo con la bandera de sus canas y sigue tan campante como Johnnie Walker.
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Posdata. ¿Para dónde diablos vamos con este gobierno? Aquí es cuando más cobra vida la consigna ‘nos unimos o nos hundimos’.
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Posdata 2. Yo hablo bien de Cali. ¡Hazlo tú también!
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