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Soñar con colas
En 40 años de ejercicio profesional, nunca había enfrentado una escasez tan grave. No hay duda de que el ‘gobierno del cambio’ está siendo creativo en los métodos para diezmar población.

El aporte más visible que el estatismo le hace al paisaje urbano es la proliferación de colas. Quien haya visitado Cuba y logre ver la realidad, habrá podido constatar que hay colas para todo: cola del pan, cola del arroz, cola para que le digan que no hay nada. Una buena parte de la pobreza se explica por la genial planeación que lleva tener un buen porcentaje de la población parada haciendo colas.
La progresiva intromisión del estado en el sistema de salud está instaurando un novedoso entramado de colas cada vez más largas que son primicia en noticieros.
En la medida en que se siga el camino de reducir la libre competencia y se imponga cada vez más la planeación central, veremos como nos vamos llenando de colas para todo. Habrá que hacerlas para enfermarse y con toda seguridad para morir. Sobre todo si es por falta de medicamentos. En 40 años de ejercicio profesional, nunca había enfrentado una escasez tan grave. No hay duda de que el ‘gobierno del cambio’ está siendo creativo en los métodos para diezmar población.
Según la nueva lógica que propone reducir el crimen cambiando el código penal, acabar con el daño de los estupefacientes legalizándolos y reducir la emisión de gases comprando los combustibles fósiles en vez de producirlos, no demora el discurso en el que se propondrá que la forma más efectiva de reducir la tasa de ciertas enfermedades, es facilitarle a los afectados su reincorporación con el polvo cósmico.
Desde luego que ministros y funcionarios repetirán la cartilla de su trasnochado instructor: no está pasando nada. Si se los confronta con la abrumadora evidencia, siempre estarán los gobiernos anteriores y la oligarquía para cargar con la culpa. Jamás reconocerán los daños de sus disparatadas políticas. Su visión de la realidad económica les impide entender que la abundancia es el resultado de cientos de años en los que la oferta se ha ido ajustando a la demanda. Incapaces de ver que el odiado mercado no es otra cosa que un pueblo demandando productos y servicios al mismo pueblo que encuentra la forma de ofrecerlos, ven vampiros y traficantes de la muerte en el esencial movimiento económico de la medicina.
Para probar su punto, llenan chivas de ilusos, confundidos y violentos, con los que pretenden implantar el despotismo del tropel para probar que la oclocracia es el camino más seguro a la dictadura.
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